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MARÍA GUIVERNAU "LATIENDO A RAS DE CIELO"... Y LA POESÍA "DE CALIDAD" ESTÁ DE FIESTA

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Ayer 6 de octubre tuve el enorme placer de participar en la presentación del nuevo poemario de MARÍA GUIVERNAU –titulado "Latiendo a ras de cielo"–; preciosa y emocionante presentación que se realizó en la Sala La Fídula, de Madrid.

MARÍA GUIVERNAU

María es, sin la menor duda, una de las mejores y más sensibles poetas de las que podemos disfrutar actualmente en nuestro país. Poesía cuajada de latidos, de realidades hondas, de sentimientos, de una sensualidad potente y tierna, y, sobre todo, de una enorme calidad literaria.

En la actualidad María Guivernau tiene publicados dos poemarios: "Más de cien pasos de baile" (2015) y "Latiendo a ras del cielo" (2017) –publicado por Huerga Fierro editores–.

Hoy me produce una muy especial satisfacción reproducir –aquí donde CANTAMOS COMO QUIEN RESPIRA– las palabras "robadas" del último libro de María que ayer tuve el placer de leer en la fiesta que celebramos en La Fídula, de Madrid. Fueron las siguientes:

«MARÍA lleva la palabra libertad 
grabada a fuego entre las costillas 
para no olvidarla en cada inspiración.

MARÍA es carne, y verbo, y alas,
y un corazón que late.

MARÍA tiene sobredosis de luna recorriéndole las venas, 
pero es adicta al sol. 

MARÍA no es más que la tinta de un corazón 
latiendo sobre una hoja de papel en blanco;
no es más que una coctelera de sentimientos, 
agitada,
mojándote los labios a sorbos,
resbalándonos por la garganta
para caer en nuestro pecho.

MARÍA va sin brújula, 
predispuesta a perderse en un vuelo
hasta donde quiera el cielo.

MARÍA va a tientas
y en cada paso intenta hacerse hoguera.

MARÍA baila
a golpe de latidos en el pecho.

MARÍA no puede evitar sonreír
al escuchar que le dio la vida a Mario,
salvador de negruras, luz, guía y sol.

MARÍA tiene hambre de los labios 
de la persona a amada.

Para MARÍA la esperanza es lo último que se pierde
aunque sea así, a cuentagotas.

A MARÍA la música le regala el aliento.

MARÍA mirada intensa que grita en silencio.

MARÍA contemplando el mundo a sus pies,
pies que inquietos se deslizan… y danza…

MARÍA BAILA SOLA…
… o mejor no...
… somos muchos los que bailamos con ella.»

UNA LOCA Y APASIONANTE AVENTURA: «VEINTE AÑOS DE CANCIÓN EN ESPAÑA (1963-1983)».

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(Texto tomado del capítulo 19 del libro 
"Mi vida entre canciones")

En el año 1983, mientras publicaba la biografía de Carlos Cano y poníamos en marcha la Asociación de la Música Popular, inicié también una aventura apasionante. Quizá de las más apasionantes que he vivido en «mi vida entre canciones». Me refiero a los tres años que dediqué a la creación y posterior publicación de los cuatro volúmenes de «Veinte años de canción en España (1963-1983)».


En aquel momento, mientras mi casa se iba llenando de vinilos (todos relacionados, directa o indirectamente, con la «canción de autor»), en mi sensibilidad y mi memoria auditiva se acumulaban miles de canciones que revoloteaban alborotadas. Era como si aquel universo sonoro, musical y poético, me hubiera invadido definitivamente. Canciones que se entremezclaban y se fundían entre sí, aportando cada una, desde su individualidad, nuevos matices y perspectivas a las otras. Y todo ello introduciéndome en el conocimiento sensitivo de la realidad, o sea, de la vida, sin racionalismos; a golpe de sentimientos y latidos. 

Aquel acercamiento activo que mantuve con nuestra «canción de autor» fue tan intenso y tan plural, que llegué al convencimiento (que hoy sigo manteniendo) de que, con el paso de los años, nada relacionado con la vida y la existencia humana le había sido ajeno. O lo que es lo mismo, que toda la realidad humana, en todas sus vertientes y manifestaciones, había sido cantada.

Frente a este convencimiento, que en realidad era una intuición, sentí la necesidad de comprobarlo objetivamente y pensé que la mejor forma de hacerlo era a través del análisis y la clasificación temática de esas miles de canciones para, luego, relacionarlas entre sí, buscar sus posibles complementariedades y, a partir de ahí, elaborar un pensamiento global referido a cada uno de los temas seleccionados. De hecho, en 1975, en el libro«Nueva canción: disco fórum y otras técnicas», ya había iniciado algo similar, aunque con menos discos y menos canciones.

El trabajo a realizar estaba claro y era una investigación realmente provocadora. Tenía muy claros sus objetivos y disponía de una gran parte del material discográfico que necesitaba para iniciarlo. El problema que se me planteaba era cómo llevarlo a la práctica. Era un trabajo muy intenso y, teniendo en cuenta los medios de que disponía en aquel momento, resultaba una auténtica locura, sobre todo teniendo en cuenta que, por ejemplo, en aquel momento no podía disponer de un ordenador y no me quedaba otra alternativa que acudir a la más pura artesanía. Menos mal que ahí estuvieron Tonona, que se entregó al proyecto en cuerpo y alma (sin ella habría sido imposible) y María José Garralón, amiga de toda la vida y amante de la «canción de autor» gallega que nos estuvo ayudando en todo lo que pudo.

Ilustraciones de Luis Eduardo Aute
para el primer volumen de "Veinte años de canción en España"
y de Amalia Avia para el tercer volumen.

Diseñamos una ficha que incluiría la letra de cada canción, su autor, el disco al que pertenecía y la referencia temática. Si la canción estaba compuesta en catalán, en euskera o en gallego, la ficha se duplicaba, una en castellano y otra en la lengua correspondiente. Imprimimos varios miles. Nos compramos unos ficheros metálicos donde poder ir guardándolas debidamente clasificadas y ¡a trabajar! 

Lo primero que hice fue un listado de temas relacionados con la identidad humana (sobre todo desde la perspectiva de los valores básicos) y con la realidad social vivida en aquel momento en nuestro país. Temas que, a lo largo del proceso de investigación, se fueron concretando y ampliando. Entre ellos, la libertad, la igualdad, el amor, la solidaridad, la amistad, el miedo, la vida y la muerte; o temas relacionados con problemas concretos como la pobreza, la represión, la guerra, la violencia, la emigración y la destrucción de la naturaleza.

A partir de ahí nos pusimos a trabajar intensamente en la elaboración del fichero. Nuestra hija Dácil había nacido y ya éramos seis en la familia.

En el curso de la investigación fueron surgiendo problemas que tuvimos que afrontar con mucha imaginación e invirtiendo todos nuestros ahorros. Tuvimos que buscar y pagar a traductores para los textos catalanes, vascos y gallegos que en los discos no venían en versión castellana; tuvimos que transcribir canciones escuchándolas varias veces porque las letras no se incluían en las carpetas de los discos; realizamos varios viajes para ampliar la información y comprar algunos discos importantes que nos faltaban y que eran difíciles de conseguir en Madrid. En fin, un trabajo duro y de muchas horas que en realidad nos resultó muy gratificante. Tonona y yo éramos muy conscientes de que merecía la pena lo que estábamos haciendo.

De aquellos viajes que hicimos para completar la información y nuestra discoteca recuerdo en especial, por lo mucho que me impactó, el de San Sebastián. Conseguimos una entrevista con Antton Valverde, tremendo cantautor del que me había hablado Xabier Lete. Nos citamos en el taller de artes gráficas que dirigía y el encuentro fue sencillamente maravilloso. En poco tiempo me ofreció una visión global deslumbrante de la canción vasca. ¡Cuánto aprendí aquel día y cuánto se reforzó en mí la admiración que ya sentía por la canción en euskera! Al día siguiente nos pasamos toda la mañana y parte de la tarde buscando y comprando los discos que Antton nos había recomendado. Compramos hasta quedarnos sin un céntimo e inmediatamente nos volvimos a Madrid. Recuerdo el regreso devorando aquellas carpetas y deseando llegar a casa para poder escuchar los discos: Maite Idirin, Txomin Artola, Aitor Badiola, Iñaki Eizmendi, Errobi, Gorka Knorr, Imanol, Oskorri, Peio Ospital y Pantxoa Carrere, Urko. ¡Y muchas más traducciones por hacer!

Pasados varios meses, cuando tuvimos hechas y clasificadas la mayoría de las fichas, me puse a trabajar en cada uno de los temas seleccionados. Primero analizaba el contenido poético de cada canción y anotaba el aspecto o la dimensión temática que abordaba; después establecía las relaciones temáticas que me iba encontrando entre ellas y, por último, redactaba un ensayo sobre el tema propiamente dicho que incluía los textos poéticos que lo fundamentaban. Redacción escrita a máquina, corregida y vuelta a escribir. Ese fue realmente el momento en que sentí la necesidad de darle las gracias a la vida por haberme permitido aprender mecanografía durante el tiempo que estudié para perito mercantil. Como ya conté anteriormente, esa fue la única asignatura que me interesó en mi paso por la Escuela de Comercio.

Ilustraciones de Isabel Villar
para el cuarto volumen de "Veinte años de canción en España"
y de Rafael Alberti para el segundo volumen.

Mientras realizaba todo ese trabajo, primero me preocupó y luego llegó a obsesionarme qué hacer con los resultados de aquella investigación para que no se quedara en casa o, en otras palabras, qué hacer para darla a conocer y compartirla. En aquel momento empezaba a tener muy claro que el resultado que iba obteniendo era de tal magnitud que superaba con creces la posibilidad de publicarlo en un solo libro. Pensaba que, en caso de editarse, habría que hacerlo, al menos, en cuatro volúmenes.

Inmerso en aquella preocupación y rodeado en casa de fichas, discos y canciones, tuve la suerte de conocer a otro maravilloso personaje que compartía muchas de mis locuras, Javier Aisa. Javier era el coordinador del consejo de redacción de la Editorial ZERO de Madrid (Grupo Cultural Zero), una editorial que había surgido durante la transición y que era heredera ideológica de la mítica editorial ZYX que había sido clausurada a la fuerza por el gobierno en 1969. Le conté a Javier la investigación que estaba haciendo y él, que también amaba la «canción de autor», me propuso publicar el proyecto en su editorial aunque teniendo en cuenta que era una empresa pequeña, prácticamente familiar, y con muy pocos medios. No obstante, le pareció bien lo de publicarlo en cuatro volúmenes. El trabajo realizado, según él, lo merecía. Como os podréis imaginar, sin dudarlo ni un segundo y sintiéndome un ser de lo más afortunado, le dije que sí y firmamos el contrato.

Y así fue. A la investigación la llamamos «Veinte años de canción en España (1963-1983)» y la publicó el Grupo Cultural Zero en cuatro volúmenes que fueron saliendo anualmente entre 1984 y 1987. 

Dos años después, Javier Aisa, por desgracia, tuvo que cerrar la empresa y los libros pasaron a formar parte del catálogo de Ediciones de la Torre. Jose María Gutiérrez de la Torre, su fundador y director, reeditó los cuatro volúmenes en 1989. La vida ha sido buena y tierna conmigo, jamas podré agradecerle su generosidad tanto como se merece.

NOTA: UNO de los ejemplares de estos libros –totalmente agotados– voy a ofrecerlo próximamente como "recompensa muy especial" dentro de la campaña de "verkami" que he lanzado recientemente para hacer posible el libro-disco "EN LA RAÍZ DEL SILENCIO. CON ANTONIO MATA". Ver la campaña en el siguiente enlace: 

DESDE MI ATALAYA. «PEQUEÑA HISTORIA DE UN GRAN PROYECTO QUE EMPIEZA A HACERSE REALIDAD.»

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En el año 2003 me reencontré con Antonio Mata y recuperamos una amistad surgida en los setenta. Reencuentro que tuvo lugar con motivo de la edición de mi libro "De la memoria contra el olvido. Manifiesto Canción del Sur".

En 2014, pocos días antes de morir, Antonio me llamó por teléfono para comentarme que le gustaría publicar un libro de poemas y para pedirme si yo podía ayudarle a realizar su deseo. Por supuesto lo dije que sí aunque desconocía totalmente lo que podía haber escrito desde que a finales de los años setenta había dejado la canción.

Aquel deseo de Antonio no pudo realizarse entonces porque, lamentablemente, murió a los pocos días de que hablamos por teléfono. No obstante su deseo permaneció en mi como un "deber"; como una especie de justo compromiso con un amigo –gran poeta– que amaba muy profundamente la canción.

Pasaron unos meses y Concha–su compañera– un buen día me hizo llegar unas carpetas repletas de poemas escritos por Antonio, la gran mayoría manuscritos y muchos de ellos ilustrados.

Tener entre mis manos, y poder ver y leer todo ese conjunto de poemas fue para mí –desde el principio– muy emocionante, no solamente por su calidad literaria, sino, sobre todo, por tratarse del testimonio de un gran creador que, aún en la marginalidad y en el anonimato, nunca dejó de escribir hermosos poemas y canciones. 

Fue entonces cuando me puse a llamar a distintas "puertas institucionales", fundamentalmente andaluzas, pidiéndoles que me ayudaran económicamente a poner en marcha y publicar el poemario de Antonio. Yo no tenía, ni tengo medios personales para hacerlo. En ninguna de las puertas a las que llamé tuve respuesta. La obra de Antonio,  no les interesaba.

Pasado un tiempo –y con enorme frustración– hablé con Concha y ante mi incapacidad para poder hacer realidad el sueño de Antonio, quedamos en que le devolvería las carpetas que me había hecho llegar con la obra inédita del amigo poeta cantautor.

Aquel momento coincidió con el traslado de casa que he realizado recientemente, y con el inicio de la escritura de mi libro "Mi vida entre canciones"; motivos por los que fui atrasando y, finalmente, me olvidé de devolverle a Concha las carpetas.

Ya en la nueva casa, al abrir una de las cajas transportadas, me reencontré con los poemas de Antonio Mata y tomé la decisión de que en cuanto acabara mi nuevo libro retomaría el de Antonio para editarlo fuera como fuera, o sea, para cumplir su deseo contra viento y marea.

Pensé en pasar absolutamente de las instituciones y de "mendigarles" una ayuda, y en aventurarme a poner en marcha una campaña de "verkami" como la que acababa de emprender y concluir con éxito para la edición de "Mi vida entre canciones".

Hablé con Concha, se lo consulté, le pareció bien, y el día 19 de Septiembre lancé la campaña. Una campaña que estoy viviendo intensamente porque no está siendo nada fácil teniendo en cuenta que Antonio Mata es prácticamente desconocido, y que el "ejercicio de la memoria" en nuestro país suele brillar por su ausencia.

La campaña de "verkami" ha ido muy bien gracias a 89 amigos y amigas que han colaborado y me están ayudando. Amigos y amigas, la mayoría, a los que personalmente me he dirigido –a veces con cierto descaro– pidiéndoles directamente y sin rodeos su colaboración.

En este momento faltan 30 euros para llegar al 100% del objetivo propuesto –3000 euros– que hará posible la edición del libro. A partir de ahí, en los días que falten para concluir la campaña de "verkami" seguiré solicitando nuevas aportaciones para la edición de un disco con canciones inéditas de Antonio, que él no soñaba, pero que yo si que sueño en regalarle. ¡Ojalá sea posible!

CANCIÓN Y LITERATURA - BASE DE DATOS: ISABEL ESCUDERO.

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Dentro de la sección del Blog dedicada a ofrecer una "base de datos" referida a la "poesía cantada" de nuestros grandes poetas, hoy vamos a centrarnos en torno a la gran poeta ISABEL ESCUDERO, fallecida el pasado mes de marzo; poeta con la que tuve el placer y el lujo de disfrutar de su sensibilidad y de su amistad.

ISABEL ESCUDERO

Antes de ofrecer el listado de poemas de ISABEL ESCUDERO que han sido musicalizados y cantados, voy a reproducir dos fragmentos de dos artículos dedicados a Isabel; considero que son dos hermosas aproximaciones a su personalidad y a su obra.

«A ISABEL ESCUDERO (Quintana de la Serena, Badajoz, 1944) los poemas le bajaban del aire en bandadas para comer de su mano. Por eso son breves. Por eso se remueven inquietos en una página, esa jaula de papel, hasta que viene alguien y, recitándolos, cantándolos, los lanza de nuevo hacia el cielo. Por eso todos pían, gorjean, crascitan, crotoran, silban: una algarabía sus libros se abran por donde se abran, una fiesta del canto común (de la razón común, de la razón desmandada), una reivindicación de esa libertad superior que consiste en tener la cabeza a pájaros (la que tienen los árboles y los niños; o don José Bergamín y don Antonio Machado; o los romances anónimos y las diversas manifestaciones del folclore). Isabel denominaba a esos poemas harapos, farolillos, candiles, aullidos, coplas libertarias, adivinanzas, olvidos, estampas, cantares, haikus, proverbios, mínimas, bromas, cifras, aromas, proverbios o juegos: las especies de su gran corazón ornitológico, a las que alimentaba con palabras nutritivas hasta que, y ese era su objetivo, pudieran independizarse de ella y desplegar las alas más allá de su vista.

Isabel Escudero fue profesora de la Facultad de Educación de la UNED, co-responsable de la mítica revista “Archipiélago”, compañera de Agustín García Calvo y autora de media docena de libros inagotables: entre otros, “Fiat Umbra” y “Nunca se sabe”, en la editorial Pre-Textos, “Cifra y Aroma”, en Hiperión, o “Cancionero didáctico: cántame y cuéntame”, publicado por la Uned.» (Jesús Aguado. Diario “El País”. 9 de marzo de 2017.)

«Frecuentemente, en los recitales de ISABEL ESCUDERO, salías herido o con alguna de sus coplas o cantares clavado en una pared del cerebro, unas palabras que desvelaban un secreto que hasta entonces no habías sabido enunciar pero que, gracias a que estabas hecho de lo mismo que ella, gracias a que ella tenía el talento o la magia de leer lo invisible, quedaba ya para siempre descubierto. "Yo sé que me moriré algún día/ Si no lo supiera/ no me moriría".

En los poemas de Isabel Escudero las cosas hablan, no dejan de hablar, las cosas concretas de la vida: cuando aparece un concepto, es para hacerlo trizas. "El juego del Amor es / un juego tan complicado, / que el que pierde no sabe / cual de los dos ha ganado". Y su magia consiste en aplicar una lupa que desvele el secreto del mundo: "En una gota de agua / caben tres ríos. / Y en cada instante / el infinito". Para abrazar esa colección de secretos, es necesario liberarse de todo ideal capcioso, de las mentiras de la realidad, de toda fe: "Llevo la fe prendida / con alfileres / para que cuando sople el aire / se me la lleve". La verdad del aire contra la mentira de la fe. Eso era, eso es la poesía que escribió –que cazó en el aire para todos nosotros– Isabel Escudero (Juan Bonilla. Diario “El Mundo”. 8 de marzo de 2017.)

ISABEL ESCUDERO 
y AGUSTÍN GARCÍA CALVO


POESÍA CANTADA DE ISABEL ESCUDERO

AMANCIO PRADA.
Disco: "De la mano del aire" (2015).
– "Nana de cupido" (Música: Amancio Prada).
Disco: "Dulce vino del olvio" (2015).
– "Ya verás muñeca" (Música: Amancio Prada).
Disco: "La palabra más tuya" (2015).
– "Ya verás muñeca" (Música: Amancio Prada).
ANTONIO SELFA.
Disco: "De la mano del alba" (2015).
– "De la mano del alba" (Música: Antonio Selfa).
Disco: "Nunca se sabe" (Colectivo) (2014).
– "Un gallo es un ángel" (Música: Javi Sanmartín).
Otros poemas musicalizados por Antonio Selfa:
– "Jardín loco" (Música: Antonio Selfa).
– "Regalo de Abril" (Música: Antonio Selfa).
– "Canción sin causa ni fin" (Música: Antonio Selfa).
– "¿Adónde irá el pájaro?" (Música: Antonio Selfa).
– "¿Qué querrá de mí?" (Música: Antonio Selfa).
– "Rumbita de los doctores" (Música: Antonio Selfa).
– "Condiciones de luna" (Música: Antonio Selfa).
– "En el aire queda" (Música: Antonio Selfa).
– "La avena loca" (Música: Antonio Selfa).
– "Voz de seda" (Música: Antonio Selfa).
– "Ropita tendía" (Música: Antonio Selfa).
– "Si te llamo" (Música: Antonio Selfa).
DANIEL MATA.
Disco: "Poesía cantada" (2010).
– "Audiovisual" (Música: "Daniel Mata).


QUESIA.
Disco: "Nunca se sabe" (Colectivo) (2014).
– "Arando" (Música: Javi Sanmartín).
Disco:"Cifra y aroma" (2015).
– "Cifra y aroma" (Música: Quesia Bernabé).
– "Cerezas a manojos" (Música: Quesia Bernabé).
– "Dice el cielo" (Música: Quesia Bernabé).
– "La seda del almendro" (Música: Quesia Bernabé).
– "Adónde irá el pájaro" (Música: Quesia Bernabé).
– "La vida es lo que se pierde" (Música: Quesia Bernabé).
– "Condiciones de luna" (Música: Quesia Bernabé).
– "Olivo" (Música: Quesia Bernabé).
– "De memoria" (Música: Quesia Bernabé).
– "En medio de la noche" (Música: Quesia Bernabé).
– "Sonámbula luna" (Música: Quesia Bernabé).
– "Cayó al pozo la luna" (Música: Quesia Bernabé).
– "Me alcanza" (Música: Quesia Bernabé).
– "Amor a muerte" (Música: Quesia Bernabé).
– "A la sombra de un burro" (Música: Quesia Bernabé).
– "El árbol me llama" (Música: Quesia Bernabé).
– "Alma mía" (Música: Quesia Bernabé).
– "El cadáver de mi amor" (Música: Quesia Bernabé).
– "Solo con verlo" (Música: Quesia Bernabé).
– "La avena loca" (Música: Quesia Bernabé).
– "Se aquieta el alma" (Música: Quesia Bernabé).
– "Cascabel" (Música: Quesia Bernabé).



SINE DIE (Paco y Juan Fernández)
Disco: "Al punto de amanecer" (2001).
– Romancillo del manojito de cerezas.
Disco: "Mientras llega el invierno" (2006).
– Romancillo sefardí.
– Canción sin causa.


VARIOS INTÉRPRETES
Disco: "Nunca se sabe" (2014).
– José Saborit: "Nunca se sabe" (Javi Sanmartín).
– Laura Rausell: "En el cielo malva" (Javi Sanmartín).
– David Pareja: "Flor del olvido" (Javi Sanmartín).
– Lola Mascarell: "Lluvia de primavera" (Javi Sanmartín).
– Manuel Ramírez: "Eso de la muerte" (Javi Sanmartín).
– Rosa M. Artero:  "Flor de azafrán" (Javi Sanmartín).
– Vicente Gallego: "Miserere" (Javi Sanmartín).
– Concha Martínez: "Despertar" (Javi Sanmartín).
– Javi Sanmartín: "Distancia (Javi Sanmartín).

ASÍ FUE EL PROYECTO "ALBANTA" - AUTE CANTA EN DIRECTO

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Hoy en el "buen día" que vengo dando, todos los días, 
en mi muro de facebook –desde hace ya más de cuatro años–
he recuperado y compartido la canción "Albanta"
de Luis Eduardo Aute. Con ese motivo me ha parecido
oportuno retomar este "cuelgue" que publiqué hace tiempo 
aquí donde "Cantamos como quien respira".

A lo largo de mi vida he tenido y he sentido varias pasiones que siempre se han encontrado y han convivido inseparablemente, dos de ellas son la CANCION y la PEDAGOGÍA; en realidad ambas han sido los ejes sobre los que ha girado siempre mi trabajo, mi pensamiento y, sobre todo, mis sueños –llamémosle "proyectos"–.

Uno de esos proyectos, entretejido en el encuentro de la canción con la pedagógía, surgío en 1992 y le llamé así:


Efectivamente, a aquel proyecto le di el nombre de ALBANTA, título de la canción que LUIS EDUARDO AUTE compuso y grabó en 1978.

No podía ser de otra forma: ALBANTA era la esperanza, el futuro, el sueño posible...; la posibilidad de un mundo y de una realidad que tenemos la obligación de construir donde «AMAR SEA LA FLOR MÁS PERFECTA QUE CREZCA EN NUESTRO JARDÍN»...

Eso era básicamente lo que queríamos transmitirles a los profesores y profesoras, y a los alumnos y alumnas de Educación Infantil y Primaria, que desearan participar en el Proyecto ALBANTA.
Ilustración de Jesús Gabán.

Creé y coordiné el Proyecto con un maravillo equipo de maestros, maestras e ilustradores y, por supuesto, en todo momento estuve en contacto con Aute para irle contando la buena marcha del asunto.

Cuando ya estuvo concluida la elaboración de los materiales y de las orientaciones didácticas de todo el proyecto, decidimos hacer un vídeo de presentación. Hablé con Eduardo y lo grabamos en su casa; fue allí donde me hizo un hermoso regalo que jamás olvidaré: cantar a la guitarra su canción tras una explicación breve que yo mismo ofrecí sobre el origen y los objetivos del Proyecto.

Ese vídeo es el siguiente:



«Yo se que allí,
allí donde tu dices,
vuelan las alas del agua
como palomas de escarcha
y el mar no es azul
sino vuelo de tu imaginación
en Albanta.

Que aquí, ya tú lo ves,
es Albanta al revés...

Yo se que allí
allí donde tu dices,
no existen hombres que mandan
porque no existen fantasmas
y amar es la flor
más perfecta que crece en tu jardín
en Albanta.

Que aquí, ya tú lo ves,
es Albanta al revés...»
("Albanta". Luis Eduardo Aute).

Como curiosidad complementaria os cuento que uno de los materiales que publicamos fue precisamente un cuento al que llamamos precisamente "ALBANTA". Ésta fue su cubierta;


Valgan todas estas evocaciones que estoy haciendo hoy para denunciar creativamente las ineptitud, la ineficacia y la insensibilidad democrática del actual Ministerio de Educación que, entre otras de sus desafortunadas y caóticas decisiones ya se cargó, en su anterior legislatura, por ejemplo, la Educación en la Ciudadanía, es decir, la educación responsable en los grandes valores democráticos dentro de nuestra escuelas....

Y es que está claro, lo que se está produciendo, hoy por hoy en nuestro país, es lo que Aute dice en el estribillo de su canción:

«Que aquí, ya tú lo ves, es Albanta al revés...»

"MI VIDA ENTRE CANCIONES". PRIMER CAPÍTULO.

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Siempre he pensado que "uno escribe para que le lean", al menos este es mi caso. Pues bien, con este pensamiento, y teniendo muy presentes a los amigos y amigas que viven fuera de España a los que les resulta difícil hacerse con mi último libro –"Mi vida entre canciones"– y poder leerlo, he decidido irlo publicando, capítulo a capítulo, –con imágenes incluidas– aquí donde"Cantamos como quien respira". ¡Ningún sitio mejor que este para hacerlo!

Cada dos días iré colgando un capítulo hasta completar los 34 de que se compone el libro... Y para empezar aquí tenemos el primero:



Nací en Girona el 11 de febrero de 1946 y fui bautizado, siete días después, en la mismísima catedral de la ciudad; hechos que acontecieron de forma totalmente accidental pero de los que me siento muy orgulloso. 

Me encanta cada vez que releo la octava página del Libro de Familia de mis padres, en la que, con una perfecta caligrafía a tinta y plumilla de la época, queda demostrada mi «nacencia» catalana, según consta en el tomo 89, página 377, del Registro Civil; o cada vez que contemplo mi partida de bautismo firmada por «el infrascrito», cura coadjutor de la parroquia de la Catedral del Obispado de Gerona (en aquel momento esa «e» en el nombre de mi ciudad natal era radicalmente intocable).

Decía antes que mi nacimiento en Cataluña fue totalmente accidental porque en aquel momento mi padre, que era funcionario del Cuerpo de Prisiones, estaba destinado provisionalmente a la cárcel de Girona; pero, al año y medio de que yo viniera al mundo, le trasladaron a Jaén, provincia sureña en la que habían nacido no solo él, sino también mi madre, mi hermano mayor y gran parte de mi familia.

De aquel primer año y medio de mi vida en Cataluña no conservo más que un recuerdo visual y auditivo (¡único y sorprendente porque a mí mismo me parece imposible!). Vivíamos en una casa de pisos de la que solamente atesoro la evocación de una ventana que daba a un patio de vecinos; patio del que solo conservo la imagen, muy borrosa, de otra ventana que estaba enfrente, pero más abajo que la nuestra. 

Mi madre, de vez en cuando, me cogía en brazos, se asomaba conmigo a aquella ventana y, con bastante frecuencia, en la de enfrente aparecía el rostro de una señora, de la que físicamente no recuerdo nada, que siempre me decía en catalán: «Vols venir, maco?» («¿Quieres venir guapo?»). Y nada más. No recuerdo más que aquella borrosa señora asomada a la ventana y aquellas tres palabras. Evocación que siempre ha permanecido en mi memoria.

"Caminante no hay camino..."
Con mi hermano Jose en Girona y empezando a caminar.

Aquel único recuerdo hace tiempo que lo relaciono con la seducción que siempre me ha provocado la nova cançó, hoy por hoy convertida en parte muy importante de mi universo sonoro. He de reconocer que a ella le debo algunos de los rasgos de mi identidad que más estimo. Tanto es así que he llegado a la clara constatación de que verdaderamente existen los «genes ambientales». En este caso, los genes que, como aquel «Vols venir, maco?» tierno, anónimo y siempre recordado, me hacen sentirme vitalmente vinculado al pueblo catalán, a Cataluña y, en concreto, a la cançó y a la literatura catalana.

Por ejemplo, empecé a sentir por primera vez los latidos más atractivos y sugerentes de la «libertad» y la posibilidad de hacerla mía y alcanzarla el día que, con diecisiete años, descubrí y escuché en Jaén la canción «Al vent» en un single de vinilo publicado por Raimon en 1963 que me regaló un «cura rojo» de vocación tardía (más adelante volveremos a recordarlo).

Llegué al definitivo convencimiento de que Sueño, luego existo (título de uno de mis libros escrito en 1996 que, precisamente, nació y empecé a escribir en Barcelona) porque, desde 1979, llevo incrustadas en mis creencias y en mi sensibilidad la voz, los versos y la fuerza expresiva de Lluís Llach reivindicando su derecho a soñar; derecho que comparto apasionadamente.

«Somniem.
Sí inevitablement, el somni d'avui com possibilitat del demà [...]
Per això, que ningú no s'avergonyeixi de dir, 
que ningú no s'avergonyeixi de cridar:
somniem, si, constantment, somniem sense límits en els somnis,
somniem fins l'inimaginable.
Somniem sempre,
i ho esperem tot, hem après l'art d'esperar, aquest art d'esperar
en nits interminables d'impotència; sabem esperar i ho esperem tot, tot…»
(«Somniem». Lluís Llach.)

En los momentos en que se me debilita suelo realimentar mi esperanza leyendo el poema «El pi de Formentor» de Miquel Costa i Llonera, o escuchando la canción que sobre ese poema compuso e interpretó Maria del Mar Bonet junto con Lautaro Rosas en 1981. No sé cuántos cientos de veces he escuchado esa canción.

«Lluitar constant i vèncer, reinar sobre l'altura
i alimentar-se i viure de cel i de llum pura...
oh vida! oh noble sort!
Amunt, ànima forta! Traspassa la boirada
i arrela dins l'altura com l'arbre els penyals.»
(«El pi de Formentor».
Miquel Costa i Llobera - Maria del Mar Bonet / Lautaro Rosas.)

En fin, podría dar muchos más detalles de cuánto me han influido vitalmente mis primeros «genes ambientales» de identidad catalana; ya lo iré haciendo; tiempo y páginas me aguardan para seguir rescatándolos y reivindicándolos.

"MI VIDA ENTRE CANCIONES". CAPÍTULO 2

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Cuando tenía aproximadamente un año y medio, la familia completa se trasladó de Girona a Jaén. Mis recuerdos infantiles de aquellos primeros años sureños no son muchos, pero algunos revolotean aún en mi memoria con nitidez.

Al llegar a Jaén nos instalamos en el gran caserón donde vivía mi abuelo materno; estaba situado en la calle Las Novias, nombre que siempre me ha intrigado, sobre todo por ese plural. ¿A quién y por qué se le ocurrió llamar así a aquella calle empedrada del casco antiguo de la ciudad? 

Me lo he preguntado muchas veces y nunca había logrado averiguarlo hasta que, colaborando recientemente en el programa de Radio Nacional Esto me suena. Las tardes del Ciudadano García, conocí a Miriam Plaza. 

Miriam tiene en ese programa una sección llamada «El nombre de mi calle» en la que los oyentes llaman por teléfono, preguntan el origen del nombre de su calle y ella, tras investigarlo a fondo (no siempre es fácil), lo averigua y lo cuenta en antena de forma rigurosamente documentada.

Un día, charlando en la redacción, le dije a Miriam que iba a llamarla por teléfono, como solían hacer los oyentes, porque yo también quería saber cuál era el origen del nombre de mi calle: Las Novias, de Jaén. Lo hice y, pasadas unas semanas, me sorprendió en directo dando respuesta a mi curiosidad de muchos años atrás. Voy a recuperar lo que consiguió averiguar, porque creo que es una historia bien linda, curiosa y llena de romanticismo.

Según la presidenta de la Asociación de Guías de Turismo Oficiales de Jaén, que fue la persona con la que Miriam conectó para hacer la investigación, el origen del nombre de la calle Las Novias en la que crecí es el siguiente: 

Parece ser que en el siglo XVII, en esa calle en cuestión, había una casa donde vivía un matrimonio con siete hijas. Eran todas jóvenes, pero no conseguían casarse porque, al parecer, según la leyenda, no eran muy agraciadas físicamente. Un día, una de ellas, la mayor, dando un paseo por el campo, se encontró con un mozo que se fijó en ella; ligaron, se enamoraron y consiguieron casarse. A partir de aquel casamiento, el resto de las hermanas, paseando por el mismo lugar, fueron encontrando sus respectivos novios. Todas las tardes, a la misma hora, aparecían en la calle para visitar a sus amadas, hablar con ellas y «lo que se terciara»; eso sí, en la puerta de entrada o a través de la ventana, que era lo máximo permitido… Pues bien, aquello llamó la atención a los vecinos y a partir de entonces mi calle quedó bautizada popularmente con el nombre de «La calle de las novias». ¡Me encanta! Hoy por hoy me siento orgulloso de haber crecido allí.

¡De película de posguerra! Mi hermano y yo (el de la izquierda)
tomándonos un "¡qué se yo!""no sé cuando".

Y volvamos sobre mi casa en Jaén. Tenía un largo pasillo al que daban, prácticamente, todas las habitaciones; entre ellas el cuarto de estar donde teníamos la radio, el cuarto de los baúles (que tantas veces pude explorar) y el cuarto del piano, llamado así porque en aquella habitación había un precioso piano. 

Aquel piano, desde que llegamos a Jaén, fue muy importante para mí y tiene su historia. 

En la casa de la calle Las Novias también vivía con nosotros una hermana de mi madre que era soltera y murió siéndolo, la tita Carmen, a la que mi abuelo había obligado a hacer la carrera de piano (¡ordeno y mando!). Ella, obediente (¡como debía ser, sobre todo por tratarse de una chica!), la hizo y completa. Pero lo cierto es que, una vez que terminó aquellos estudios, no volvió a tocar una tecla en su vida y, ¡claro!, el pobre piano (como el arpa de la rima de Bécquer) permaneció allí, «en el ángulo oscuro, totalmente desafinado y de su dueña olvidado». (Por cierto, ¡qué hermosamente musicalizó y cantó Benito Moreno, en 1980, aquella «Rima VII» de Gustavo Adolfo!).

Menos mal que llegué yo y que, un buen día, debía tener tres años, trepé por el taburete, me senté en él, abrí la tapa y primero una tecla, después otra y así hasta acabar con un aporreo incontrolado. Ejercicio pianístico que realizaba con frecuencia y que fue mi primer contacto con aquella magia que sonaba y tanto me sorprendía: ¡la música! Desafinada y sin sentido, pero música a fin de cuentas. En aquellos trances siempre terminaba apareciendo un adulto que me obligaba a bajar del taburete, cerraba la tapa del piano y me decía: «¡Para ya, que nos va a explotar la cabeza!».

Y vuelvo al pasillo de la casa de la calle Las Novias. Allí me pasaba gran parte del día jugando y dándole pábulo a mi naciente y desbordante imaginación. Fue allí donde empecé a saber y a experimentar lo que era soñar. Sueños en aquel momento lúdicos en los que tan pronto era un cura que daba la comunión a mi familia con chocolatinas redondas de Nestlé, como un pianista muy famoso y aplaudido, sueño que nunca se hizo realidad. Por supuesto, lo de ser cura tampoco. 

Otro recuerdo imborrable de aquella primera infancia sureña tiene nombre de mujer. La llamábamos Mariquita, una mujer extraordinaria y muy humilde a la que mi madre le daba unas monedas para que me sacara de paseo. Mujer radicalmente alegre, divertida, buena, libre y diferente; mi primera maestra de la vida con la que realicé mis primeros aprendizajes de lo que era la alegría, la ternura, el optimismo y el amor. ¡Y cómo me quería! Cada vez que me acuerdo de ella, y lo hago con bastante frecuencia, no puedo evitar relacionarla con Teresa, otra gran mujer («récord d'infantesa») a la que Ovidi Montllor le dedicó su bellísima canción «Homenatge a Teresa»: «Ens parlava de l'amor com la cosa més bonica i preciosa. Sense pecats…». Así era también Mariquita. Muchos años después supe que aquella maravillosa mujer fue la abuela del cómico (buen actor) Santi Rodríguez.

En 1950, mis padres decidieron llevarme a un colegio y me metieron en el de las Hijas de Cristo Rey, que estaba en un caserón de la calle Obispo Aguilar. Acababa de cumplir los cinco años y recuerdo que, al principio, aquello fue un trauma. Acostumbrado a la libertad y a la desbordante alegría vivida con Mariquita, aquellas «oscuras» monjas, de hábitos negros y cofias tiesas y almidonadas, no me gustaban nada. Ante aquella situación, me pasaba el día llorando o, mejor dicho, berreando.

Sé lo del berreo porque un día, años después, me contó mi tío Manolo, hermano de mi madre que vivía muy cerca del colegio, que una mañana pasó por la puerta y le llamaron la atención los berridos infantiles que salían por una de las ventanas. Lleno de curiosidad, se paró a escuchar y enseguida descubrió que era yo, su sobrino, el que lloraba. Entró en el colegio, preguntó qué me pasaba y me rescató. A decir verdad, yo de aquello no me acuerdo.

Lo que sí recuerdo es que las monjas, cuando ya no soportaban por más tiempo mis lloreras, me separaban del grupo de compañeros y compañeras y me llevaban castigado al lavadero o al cuarto de planchar, algo que llegó a encantarme porque tenía mucho morbo. ¡Que me castigaran se convirtió en un placer! (hermosa palabra que siempre reivindicaré).

En el lavadero de las monjas me encantaba verlas hacer jabón, y en el cuarto de plancha descubrí, con especial sorpresa, cómo iban adquiriendo rigidez, por el calor, aquellas cofias blancas, tiesas y almidonadas que se ponían en la cabeza, o cómo planchaban su ropa interior. Todo aquello, en realidad, tenía para mí un punto de naciente erotismo; en aquellos primeros castigos escolares fue donde descubrí que las monjas eran mujeres; o sea, que debajo de sus cofias y de sus lúgubres sotanas de entonces, aparte de su vocación, de su humanidad y de su entrega educativa, tenían, por ejemplo, pechos, bragas y sujetadores, igual que mi madre y mi tía, ¡como es normal!

En 1952, los Hermanos Maristas, tras su salida de Jaén en 1940 una vez acabada la Guerra Civil, volvieron a la ciudad para abrir y poner en marcha un nuevo colegio. Lo hicieron, provisionalmente, muy cerca de mi casa, en el antiguo palacio del Capitán Quesada, situado en la Plaza de la Merced. Mis padres, nada más enterarse de la noticia, me sacaron de las monjas y allí que nos llevaron a mi hermano y a mí para ser de los primeros matriculados. El 6 de octubre empezamos el curso.

Palacio de Quesada. Edificio en el que estuvo el primer
Colegio Marista de Jaén.

Yo tenía seis años y, una vez más, lo de ir al colegio no me gustaba nada. Recuerdo que en aquel primer curso me escapé varias veces para irme a casa. Nunca me olvidaré de una de aquellas escapadas: Yo corriendo por las calles Merced Alta y Las Novias hasta llegar a mi casa y el hermano Luis corriendo que se las pelaba detrás de mí. Ya en mi casa (yo llegue antes), mi madre le dio al marista un vaso de agua y un abanico para que se refrescara, y a mí me soltó un buen par de bofetadas.

De cualquier forma, a pesar de aquellas escapadas, pasado un tiempo, en aquel colegio fui feliz y me sentí muy querido. No puedo decir lo contrario.

Lo que más recuerdo de aquellos días y del Palacio Quesada donde estaba el colegio, era una escalera de caracol por la que solamente estaba permitido que subieran los «hermanos» y que daba acceso a lo que llamaban «clausura», o sea, a unas habitaciones privadas y misteriosas en las que estaba prohibida la entrada a los alumnos (y digo «alumnos» porque el colegio era solo masculino).

Fue allí donde, por primera vez en mi vida, las palabras «clausura» y «prohibido» empezaron a ser para mí una especie de reto, o quizá de tentación, que me incitaba placenteramente a la transgresión. Nada me interesaba más en aquel momento que subir aquella escalera de caracol y descubrir qué había, qué se escondía y qué se hacía en la «clausura». Pues bien, después de varios intentos arrepentidos a mitad de la ascensión, un buen día llegué hasta arriba del todo, abrí un poquito la puerta y descubrí al hermano José en pantalones y camiseta, o sea, sin sotana, ¡como mi padre y mi abuelo! Pero lo más importante que descubrí aquel día, y todos los siguientes que realicé la ascensión, fue el gran placer que, a pesar del miedo y el riesgo, puede producir la transgresión de lo prohibido.

El 9 de mayo de 1953 hice la primera comunión en el colegio. En abril del 55 el obispo Don Félix Romero Mengíbar bendijo y colocó la primera piedra del futuro nuevo colegio y, en el 56, allá que nos fuimos. 

Yo tenía diez años, era feliz, pertenecía a una «familia bien» andaluza, aunque venida a menos, y todavía, prácticamente, no me había enterado (la verdad es que no sentía la menor curiosidad) de quién era Franco ni de lo que significaba la cruenta dictadura política que en aquel momento estábamos sufriendo en España.

Mientras tanto, en 1955,¡Y YO SIN SABERLO!, el poeta Blas de Otero había escrito su libro Pido la paz y la palabra («la paz para poder vivir, y la palabra en defensa del derecho a la vida, y del reconocimiento de la dignidad humana»); y Gabriel Celaya, al que años después tanto amé, publicaba su poemario Cantos íberos, libro que llegó a calificarse como «la Biblia de la poesía social» («la poesía es un instrumento entre otros, para transformar el mundo…; es un arma cargada de futuro…; es el canto que espacia cuanto dentro llevamos…; ¡cantemos como quien respira!»).

Blas de Otero y Gabriel Celaya.

En 1956, ¡Y YO SIN SABERLO!, Paco Ibáñez, exiliado en París, componía su primera canción sobre el poema de Luis de Góngora«La más bella niña». Primera «canción de autor» de nuestra historia reciente creada a partir de la musicalización de un poema, o sea, estaba empezando a surgir el renacimiento de un nuevo «mester de juglaría».

Al año siguiente, 1957, en Barcelona, Josep Maria Espinàs, escritor y periodista, tras conocer y entusiasmarse con el movimiento de la vecina Chanson Française y especialmente impactado por la personalidad y las creaciones de Georges Brassens, prepara y desarrolla varias conferencias en catalán bajo el título de George Brassens el trovador del nostre temps; conferencias en las que destacó y reivindicó la necesidad de que la canción catalana adquiriera un contenido social y literario comprometido y de calidad para poder liberarla de la banalidad a la que, en aquel momento, se encontraba sometida.¡Y YO SIN SABERLO!

Aquel mismo año tuvo lugar también un acontecimiento importante relacionado con el mundo discográfico: la edición de un vinilo del cantante lírico Manuel Ausensi interpretando, en catalán, poemas de autores catalanes como Salvat-Papasseit o Joan Maragall, con música de Eduard Toldrà. Acontecimiento que se repitió en 1958, aunque en un estilo musical y poético completamente diferente, con la edición de dos singles con canciones cantadas igualmente en catalán (primeros discos de la canción catalana moderna). En ambos discos, tanto Las Hermanas Serrano como José Guardiola, que en aquella ocasión firmó como Josep Guardiola, interpretaban y popularizaban, por primera vez, éxitos internacionales traducidos en lengua catalana. ¡Y YO SIN SABERLO!

Por aquellos mismos años, concretamente en 1953, en Argentina, Atahualpa Yupanqui, hijo de criollo y de vasca, grababa su primer LP titulado Una voz y una guitarra; y Violeta Parra, en Chile, su primer single en solitario, un disco compuesto por dos de sus primeras canciones: «Que pena siente el alma» y «Casamiento de negros». E igualmente,¡YO SIN SABERLO!

"MI VIDA ENTRE CANCIONES". CAPÍTULO 3

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Otra de las habitaciones que teníamos en mi casa sureña de la calle Las Novias era el cuarto de estar, el lugar donde la familia pasaba la mayor parte del día, sobre todo las tardes y los fines de semana. Allí, durante el invierno al calor del brasero y el resto del año con un gran ventanal abierto de par en par a la calle, se chismorreaba, se cosía a mano o con la Singer, se hacían bolillos, se escribían cartas familiares, se leía (aunque poco), se hablaba, se recibía a las personas de confianza y se oía la radio. 

Sí, en aquella habitación, sobre una cómoda bastante alta para mí, había una enorme radio (presencia y personaje que, como ya contaré más adelante, ha sido clave en mi vida); radio familiar que, allá por los años cincuenta, sonaba sin parar y, en algunos momentos del día, llegaba a tener una capacidad de convocatoria extraordinaria. 

Recuerdo perfectamente cómo por el 59, cuando volvía del colegio, a las cinco en punto de la tarde, la familia se concentraba en el cuarto de estar alrededor de la radio para escuchar, con silencio absoluto, una radionovela por entregas titulada Ama Rosa, escrita y dirigida por Guillermo Sautier Casaseca. Allí lloraba todo el mundo, ¡hasta mi padre!, aunque, como varón que era, intentaba disimularlo.


Yo me enganché a la radio, como si fuera un imán, poco después. Fue ya en 1960. Me ponía de rodillas sobre una silla para poder llegar con más facilidad al aparato, empezaba a darle vueltas a los mandos y me pasaba horas escuchándola. Poco a poco, me fui dando cuenta de que había hecho un descubrimiento apasionante. Tan apasionante que lo de estudiar quedó a un lado y, en junio y septiembre de 1960, suspendí el examen de Grado Elemental. Era un mal estudiante, pero ¡cómo me gustaba la radio!

El primer programa que logró engancharme de verdad se llamaba Ustedes son formidables. Lo presentaba Alberto Oliveras. Se emitía a las diez y media de la noche y yo, fuera como fuera, me quedaba a escucharlo. Mi madre solía decirme: «A la cama, que mañana hay que ir al colegio». Y yo: «Espera… Espera… Espera…»; hasta que el programa terminaba. Ahí fue donde descubrí La sinfonía del nuevo mundo, de Antonín Dvořák, y me encantó, ya para siempre asociada a Oliveras.

En aquel programa, gracias a la participación y a la generosa colaboración de los oyentes, se solucionaban todas las semanas muchos y muy graves problemas de la gente y de los pueblos. Cada programa era un reto. Años después aprendí que aquella inolvidable experiencia tenía un nombre: solidaridad; algo que venía a demostrar que los seres humanos, cuando nos lo proponemos, tenemos la posibilidad de ser formidables.

Y gracias a la radio de los sesenta comenzó a irrumpir en mi vida la música y la canción. Al principio de una forma salvaje e indiscriminada. Recuerdo programas y personajes por los que sentía verdadera adicción: Caravana o Vuelo 605, con Ángel Álvarez; Discomanía (¡qué grande Raúl Matas!); o El gran musical, de Tomás Martín Blanco. Aunque, en realidad, lo que más me gustaba y de lo que era un auténtico fan era de lo de los Los discos dedicados; desde que lo descubrí me di cuenta de que allí era donde sonaba lo que de verdad le gustaba a la gente.

Recuerdo que en aquel tiempo lo escuchaba todo, pero pronto empezó a surgir en mi sensibilidad selectiva un principio que, hoy por hoy, considero esencial: me emociona o no me emociona. Principio que, sin duda, considero el más decisivo a la hora de adentrarme en el siempre subjetivo ámbito de la llamada «calidad».

Podría hacer una larga enumeración (un verdadero revoltijo) de cantantes y canciones escuchadas en la radio en los inicios de los años sesenta; cantantes y canciones que todavía hoy sigo atesorando en mi memoria musical: José Luis y su guitarra (que, además, era de Jaén, como Karina, Joselito o Raphael); Marisol (¡de enamorar!) y Gelu («Chica ye-ye»); el Dúo Dinámico, Los Cinco Latinos y Los Tres Sudamericanos; José Guardiola y las Hermanas Serrano (de quienes, años después, supe, y no precisamente por la radio, que también cantaban en catalán); Gloria Laso, Luis Mariano, Serenella y una tal Lilián de Celis con su «Chica del 17», «Polichinela» y «Tápame, tápame!». Y muchos y muchas más que recuerdo, incluso internacionales. Citaré algunos sin orden ni concierto, tal y como los escuchaba en la radio con catorce años: Juan Pardo, Carasone, Paul Anka, Machín, Nat King Cole, Rita Pavone, Aznavour, Gilbert Becourt. Doménico Modugno, Elvis, Connie Francis, Mike Ríos, Nina y Frederik (dúo danés-holandés que, años después, en 1969, redescubrí versionando a Atahualpa Yupanqui) y una extraña fijación que llegó a obsesionarme: Ray Conniff y su Orquesta

Inmerso en aquel batiburrillo radiofónico-musical de 1961, en el colegio de los Hermanos Maristas (año en que repetí curso), tuve la suerte de realizar un gran descubrimiento: ¡los discos de vinilo! (singles y elepés). Me fascinó tenerlos cerca y poder tocarlos.



Recuerdo que aquel año, con motivo de las fiestas del colegio, el hermano Germán me encargó poner y quitar los discos que sonaban en el patio por megafonía prácticamente durante todo el horario escolar. Todavía no me he explicado por qué me confió aquella tarea.

Los tres días que duraron las fiestas del colegio me los pasé en la sala donde estaban el tocadiscos y una primitiva y simplísima mesa de sonido. El primer día que abrí el armario de los discos descubrí que, entre músicas y canciones religiosas y algún «clásico», había también algunos de los singles y elepés de los cantantes que escuchaba por la radio. Curiosamente, lo recuerdo muy bien, había varios singles de Ray Conniff.

¡Cómo disfruté! ¡Hasta me sentía importante! El último día de las fiestas del colegio no pude evitarlo y robé un disco a los Hermanos. Había tantos que no se darían cuenta. Y, claro, fue un single de Ray Conniff. Solo recuerdo que tenía cuatro canciones y que una de ellas era «Bésame mucho», una canción que siempre me ha «puesto», sobre todo desde que se la escuché cantar en 1990 a Paula Molina.

Aquel primer single robado fue como un tesoro. ¡Qué magia y qué maravilla el vinilo! Pero en casa no tenía donde poder escucharlo. 

En junio de 1961 aprobé a la tercera el examen de Grado Elemental y mis padres me regalaron, como premio, una pequeña radio Telefunken que llevaba incorporado, en la parte superior, un pequeño tocadiscos en el que solo se podían poner singles. Con mis ahorrillos, e implicando a mi tía Carmen, la pianista frustrada, me compré dos o tres singles más; pero era una pena que en el plato de aquel mini-todadiscos no cupiesen los elepés. Si los singles me encantaban, los elepés eran una verdadera locura; como una especie de enamoramiento imposible en aquel momento.

Poco tiempo después, en junio de 1962, conseguido el título de Bachiller Superior (¡mi trabajo me costó!), convencí a mi padre para que me comprara un pick-up en el que pudiera escuchar elepés. Me lo compró en una de las tiendas referenciales en aquel momento en Jaén: Manuel Rubio y Compañía, y lo hizo a pequeños plazos, cosa que no supe, como seguidamente os contaré, hasta unos meses después.

El primer elepé que compré, invirtiendo todos mis ahorros adolescentes, fue un regalo que quise hacerle a mi madre. Le encantaba la zarzuela y, en particular, La del manojo de rosas, de Francisco Ramos Castro, Anselmo Carreño y el maestro Pablo Sorazabal. Todavía conservo aquel primer elepé y me sé de memoria varios fragmentos del libreto:«Hace tiempo que vengo al taller y no sé a que vengo… En todas partes te veo, me tiene loco ese cuerpo, hasta la muerte he de quererte». Nunca he llegado a ser un apasionado de la zarzuela pero, mira tú por dónde, aquella consiguió engancharme.

Aquel fue el primero y el único elepé que tuve por aquella época, porque mi padre, pasado el verano, tuvo que devolver el pick-up a Manuel Rubio y Compañía por falta de pago. Yo no terminaba de entenderlo, me cabreé y lloré, pero a las pocas semanas no me quedó más remedio que entenderlo: estábamos en la más absoluta ruina económica. Una familia aburguesada venida a menos que vivía prácticamente de lo que nos daban mis tíos. Éramos sencillamente pobres y las broncas entre mis padres encerrados en el cuarto de los baúles empezaron a ser frecuentes e insoportables; me rompían el alma. Mi padre, sin trabajo e intentando mantener unas apariencias burguesas absurdas y falsas, se veía hundido y sin salida. Más de una vez intentó suicidarse.

Mientras tanto, en Madrid, Jesús Munárriz y Chicho Sánchez Ferlosio empezaron a componer y a interpretar lo que alguien llamó «el otro cantar». Chicho, con el que después mantuve una linda amistad, estaba firmando anónimamente sus primeras canciones, las míticas «La huelga de Asturias» y «Gallo rojo y gallo negro». ¡Y YO SIN SABERLO!


Lluís Serrahima, en enero de 1959, escribía en la revista Germinàbit de la Unió Escolania de Montserrat un artículo titulado «Ens calen cançons d'ara», que tuvo una gran repercusión dentro y fuera de Cataluña. Entre otras, en aquel artículo Serrahima formulaba las siguientes reflexiones: 

«Hem de cantar cançons però nostres i fetes ara […] és greu que no se'n facin de noves, jo almenys no n'he sentides. Podem atribuir-ho a les circumstàncies, però de cançons se'n poden fer de moltes menes i maneres, a més, aquestes circumstàncies no poden per elles mateixes, privar un poble de les seves cançons. És precisament en moments difícils que han nascut gran nombre de cançons, de les boniques, aquelles que els pobles han transformat en una mena d'oració col·lectiva […]. Es tracta, doncs, que surtin cançons d'aquest moment nostre […]. Què fan els músics que ara són joves?». 

«Hemos de cantar canciones pero que sean nuestras y hechas ahora [...] es grave que no se haga nada nuevo, yo por lo menos nada he oído. Esto lo podemos atribuir a las circunstancias, pero se pueden hacer canciones de muchos modos y maneras; aún más, estas circunstancias no pueden, por sí mismas, privar a un pueblo de sus canciones Es precisamente en los momentos difíciles cuando han nacido muchas canciones que el pueblo transformó en oraciones colectivas [...]. Se trata pues de que aparezcan canciones de este momento nuestro [...]. ¿Qué hacen los músicos que ahora son jóvenes?». 

¡Y YO SIN SABERLO!

Cinco años antes, Rafael Alberti, en su libro Baladas y Canciones del Paraná (1953 - 1954) se preguntaba:


También en 1959 Raimon componía «Al vent».¡Y YO SIN SABERLO! 

Dos años después, en 1961, Michel Labèguerie grabó en Bayona (Francia) dos singles míticos, Labeguerie'ren Lau Canta, que fueron un referente esencial para el nacimiento de la «nueva canción vasca». ¡Y YO SIN SABERLO!



El 29 de mayo de 1961, con el fin de impulsar la música y la canción catalana, se crea en Barcelona la mítica editora discográfica Edigsa, que sería clave para el nacimiento, la producción y la difusión de la «nova cançó». ¡Y YO SIN SABERLO!


El 10 de diciembre de ese mismo año, se organiza un concierto en Barcelona en los locales del CICE (Centro d'Influència Católica Femenina) en el que Espinàs, Miquel Portel, Lluís Serrahima y Remei Margarit interpretaron sus canciones en catalán.¡Y YO SIN SABERLO! 

Y en 1962 se creó en Cataluña el colectivo «Els Setze Jutges» con el fin de «utilitzar la música cantada en català com a vehicle d'expressió popular que contribuís a normalitzar la llengua i la cultura dels Països Catalans»; grupo inicialmente creado por Josep Maria Espinàs, Remei Margari y Miquel Portel, en el que se fueron integrando progresivamente Delfí Abella, Francesc Pi de la Serra, Enric Barbat, Guillermina Motta, Xavier Elies, Maria del Carmen Girau, Martí Llauradó, José Ramón Bonet, Maria Amèlia Pedrerol, Joan Manuel Serrat, Maria del Mar Bonet, Rafael Subirachs y Lluís Llach. ¡Y YO SIN SABERLO!


"MI VIDA ENTRE CANCIONES". CAPÍTULO 4

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A decir verdad, mi adolescencia provinciana de principios de los sesenta transcurría teñida de una gran monotonía. Me aburría mucho. Aquello era simplemente «vivir» y yo buscaba y deseaba algo más

Un bachillerato que nunca me interesó, pero que debía ir aprobando a trancas y barrancas para tener contentos a mis padres y que no me castigaran. Conseguía evitar muchos de aquellos castigos falsificando por un lado (y, por cierto, con gran maestría) los boletines escolares que tenía que enseñar en casa y, por otro, en los boletines auténticos, la firma de mi padre confirmando que los había leído. Después yo mismo los entregaba en el colegio con un tremendo descaro. Que yo recuerde, nunca me pillaron.

Una familia típicamente burguesa venida a menos y con la imperiosa y absurda necesidad de guardar las apariencias. Yo era un «niño bien» de los Lucini, pero la realidad era que por aquel entonces mi familia más cercana estaba en la ruina y totalmente desintegrada.

Me recuerdo perfectamente vestido de dominguero con unos pantalones tan zurcidos en la entrepierna (porque solía romperlos con el roce de mis hermosos muslos) que parecían cartones. Los zurcidos no se notaban a la vista (la Singer hacía milagros), pero a mí me hacían polvo las piernas. ¡Qué escozores! Paseo «pa'arriba» y paseo «pa'abajo», de la Plaza de la Catedral al parque y, a veces, por San Ildefonso a la Alameda. Y las «niñas Pum», que cuando salías a la calle, ¡Pum!, siempre te las encontrabas; eternamente solteras. 

Tardes invernales de póker con Alfonso, en casa de Villegas, y tardes de rebotica en la farmacia de la Plaza de Cruz Rueda (nosotros la llamábamos la Plaza del Conde), en la que trabajaba  de mancebo uno de mis mejores amigos. Desde allí espiábamos a la muchachas que residían enfrente, en uno de los famosos Centros de la Sección Femenina. Había días de verano que nos quedábamos hasta bien entrada la noche y con el «periscopio» atento para no perdernos detalle en cuanto les llegaba la hora de acostarse o cuando alguna se despertaba para ir al baño. ¡Qué lindas que estaban!


Guateques vigilados por mamás impertinentes (nunca supe bailar); y unos primeros amores platónicos: «Hola», «¿Quedamos?», «¡Me gustas mucho!»; casi siempre reprimidos y silenciosos; y frecuentes despedidas a nombres y cuerpos de muchachas que me atraían enormemente y que luego poblaban mis sueños, pero a las que jamás llegué a tocar ni a besar.

Por otra parte, a partir del día que me di cuenta de la violenta (y evidente) crisis de pareja que vivían mis padres, empecé a sentir una gran tristeza, mucha inseguridad y una terrible angustia. Desde entonces, el desamor y el maltrato siempre me han despertado un desgarro que me rompe el corazón.

Junto a todo aquello me tocó vivir, como a la inmensa mayoría de los muchachos y las muchachas de la época, un absoluto oscurantismo respecto a la verdadera realidad social y política que se estaba viviendo en Andalucía y en España. Se aparentaba que todo iba bien, pero yo cada día sentía con más fuerza el despertar interior de una rebeldía sin nombre que, sin quererlo, se acrecentaba frente a todo lo que me envolvía. 

Conforme iba creciendo sentía que tenía que reprimir cada vez más mis sentimientos, lo de sentir y lo de enternecerme no era nada masculino. Mis padres, mis profesores y algún que otro insano confesor que pasó por mi vida, parecían tener como objetivo reprimir mi realidad corporal, mi ternura y mi sensibilidad. Y, sobre todo, cada vez era más consciente de que se me ocultaban y silenciaban grandes palabras y experiencias que en mi interior intuía buenas y placenteras (¡bendito sea el placer!), pero que el sistema se encargaba de calificar como prohibidas y pecaminosas. 

¡Ay, el pecado! Palabra sucia y maldita que me creó tantas y tantas absurdas culpabilidades. Hoy por hoy, pienso que aquello del pecado fue, sin duda, una de las más falsas amenazas represivas que he conocido y he padecido en toda mi infancia y adolescencia.

Un buen día, en el discurrir de aquella monótona adolescencia de incipiente rebeldía, tuvo lugar un encuentro inesperado que empezó a producir un hondo cambio en mi vida. Fue un domingo a la entrada de la Parroquia del Sagrario, junto a la Catedral de Jaén. Se me acercaron unos muchachos desconocidos de mi edad y me preguntaron si quería participar en unas reuniones que celebraban todos los domingos en la parroquia. Sin pensarlo mucho les dije que sí y a los pocos minutos me vi integrado en una de aquellas reuniones. 

Era un grupo de jóvenes de Acción Católica, lo que en aquel momento se conocía como la JACE. Más tarde supe que, en realidad, se trataba del germen de lo que pronto empezarían a llamarse «comunidades cristianas de base». 

En aquellas reuniones dominicales fue donde escuché por primera vez, con todo su valor y su fuerza, las palabras «solidaridad», «libertad», «justicia», «amor» y «compromiso»; y también fue allí donde empecé a percibir la profunda y misteriosa sensación de que algo nuevo e insospechado empezaba a hervirme la sangre. Allí me enteré de lo que eran los derechos humanos y la democracia, y de lo cruel que podía llegar a ser una dictadura (la nuestra). Escuché hablar por primera vez de Machado, Miguel Hernández, Ángela Figuera Aymerich, Celaya o Carlos Álvarez, y empecé a leer y a disfrutar sus versos. ¡Cuántas palabras y cuántas realidades espléndidas se me habían estado ocultando! ¡Cuánto tiempo y cuánta vida perdida!

Fue también en aquel contexto iluminador, crítico e incipientemente revolucionario, donde descubrí que todo aquello entraba en total contradicción con la forma de «ser cristiano» que me habían inculcado en casa y en el colegio. Fue allí donde supe (y cuánto me alegré) que ser cristiano de verdad y en serio consistía en creer y en vivir todo lo que, poco a poco, estaba empezando a descubrir en aquellas reuniones parroquiales y medio clandestinas.

Acababa de cumplir los diecisiete años, febrero de 1963, y un buen día, a la salida de una de aquellas reuniones de la parroquia, un cura «rojo», de los que se llamaban «de vocación tardía», que formaba parte de la comunidad, el cura Manuel, me regaló un single con cuatro canciones que acababa de publicarse y que le habían mandado unos amigos de Barcelona.«Está cantado en catalán», me dijo, «pero ya verás, es muy bueno y tiene mucha fuerza. Te va a gustar». Era el primer single de Raimon y uno de los primeros del sello discográfico Edigsa.


Como yo ya no tenía donde pincharlo me fui con el single a casa de Carolina, una vecina que en aquel momento me gustaba mucho, y, activando todos mis «genes ambientales», escuché, no recuerdo cuántas veces, las cuatro canciones del disco: «Som», «A colps», «La pedra» y «Al vent»; canciones que, de repente, se convirtieron en el pórtico de la historia personal y compartida que hoy escribo y llamo: Mi vida entre canciones.

Fue una tarde inolvidable. ¡Me encanta y me fortalece poder recordarla! No me fue necesario conocer la lengua de aquel muchacho de Xátiva. Los acordes de su guitarra y sus palabras, más que palabras gritos y sentimientos, resonaron en mi sensibilidad como si estuvieran construidas con una lengua universal que me resultaba familiar. Pequeñas palabras, la mayoría monosílabos rotundos, que me fueron desvelando una identidad y unas ganas de vivir que me resultaron a la vez nuevas y excitantes: «som», «terra», «serem», «a colps», «vida», «mort», «fe», «cel», «mar», «nit», «pau», «vent», «cor», «mans»,  «ulls», «llum», «déu», «món»,  «al vent», «al vent», «al vent»… 

Aquella tarde, ya de anochecida, un revuelo de sentimientos me hizo descubrir lo que, doce años después, nos decía Rosa León en su primer elepé, Al alba, cantando al poeta jerezano Carlos Álvarez:«Alguna vez a todos, a mí mismo, / nos ha crecido un árbol en las manos, /  o un mar sobre la frente, / o la esperanza como alfombra extendida, / a nuestro paso, /al encontrar un verso entre la hierba».



Así fue mi primer encuentro con la «canción de autor». «Al vent», simplemente una canción, fue el pórtico de Mi vida entre canciones. Lo he dicho y lo he escrito muchas veces: en gran medida, gracias a la «canción de autor» he ido construyendo mi personalidad y, sobre todo, mi humanidad y mi sensibilidad. Si soy lo que soy es gracias a los latidos que me han hecho sentir cientos de canciones.


Años después pude constatar que aquella misma experiencia que empecé a vivir en 1963, coincidía con la vivida y cantada por dos grandes creadores: Antton Valverde y Carlos Cano

«Herri-kantuen aide artean
ikusi nuen mundua;
ipuiak ziren edo kondaira 
edo-ta frutu santua.
Haien oihartzun eraginzalez
erein zidaten barrua.
Geroztik erne ta hazi zitzaidan
lore gorri bat ariman;
hemen daramat, hemen bizi-dut 
ertetzen zaidan kantuan;
gerrako garrak etzuten erre
zelai kiskarratuetan,
izotzak arren gordinik dago
ondoko giro nahastuan;
gogorragoa giroa eta
gorriagoa orduan!.»

«Aprendí a ver el mundo /  a través de las canciones del pueblo... / sembraron mi espíritu / de sus ecos sugerentes. / Desde entonces brotó y creció / una roja flor en mi alma; / aquí la llevo, aquí me vive / en la canción que sale de mi garganta. / Pese a todo y a la helada, pervive lozana / en un medio brutal y enrarecido / y cuando más duro y más cruel es el ámbito, / más bella se vuelve.» [Antton Valverde.«Euskal kantuen meza» («Una vieja canción»), 1975].

«La canción», escribe Carlos Cano, «me dio voz, me abrió ventanas, me apartó sombras, me hizo libre, me puso alas, venció fantasmas, me alimentó ternuras, me quitó el miedo a la soledad, me unió a la gente, me dio una luz, sentimiento, dolores y alegrías, alamedas, caminos, ideas, horizontes, esperanzas, tierra, cielo y una luna clara para soñar».

Mientras tanto, en 1962, el cantautor vasco Mikel Laboa dio su primer recital, cantando en euskera temas tradicionales. Fue dentro de un festival organizado por los estudiantes vascos, celebrado en el teatro Argensola de Zaragoza. ¡Y YO SIN SABERLO!

En 1963, Chicho Sánchez Ferlosio grabó su primer disco clandestino editado en Suecia; se tituló Canciones de la resistencia española, un álbum ilustrado por José Ortega que contenía, entre otras, las canciones «Los gallos», «La paloma» y «Canción de Grimau». Curiosamente, en aquella grabación, no se citaba a Chicho por ningún lado, ausencia que se justificaba con la siguiente leyenda: «Se silencia el nombre del autor por razones de seguridad». ¡Y YO SIN SABERLO!


"MI VIDA ENTRE CANCIONES". CAPÍTULO 5

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Terminado el bachillerato, como en Jaén no había universidad y la situación económica en casa era cada vez peor, no pude trasladarme a Granada para cursar una carrera universitaria como solía hacerse en las familias «de posibles». Por otra parte, aquello de la universidad quedaba lejos de mis intereses y mis pretensiones. Yo lo que quería en aquel momento era poder ganar algo de dinero para aportar a la familia y conseguir, en la medida de mis posibilidades, reducir las permanentes tensiones y violencias a las que nos sentíamos sometidos en casa y, de esta forma, devolverles un poco de paz y alegría a mis padres y a mi hermano. Pero, además, por encima de todo, deseaba salir cuanto antes de aquel Jaén agobiante. «El cor al vent buscant la llum» era en aquel momento el pensamiento que me dominaba.

En marzo de 1963 tomé una decisión: matricularme como alumno libre en la Escuela de Comercio con el fin de hacer una carrera breve y convertirme pronto en todo un perito mercantil; profesión que no me interesaba en absoluto, pero que me permitiría ponerme a trabajar enseguida.

Me convalidaron un montón de asignaturas por tener aprobado el bachillerato y tuve que superar otras (no sé cómo pude conseguirlo) como Contabilidad, Mercancías, Economía y Estadística, Taquigrafía o Mecanografía. De todas ellas, la única que me interesó y que me ha sido útil fue Mecanografía.

Entre junio y septiembre del 63 lo aprobé todo y, en tan solo seis meses, me convertí en un perito mercantil dispuesto a lo que fuera. Y ocurrió al momento: un mes más tarde, recomendado por mi tío (el que me liberó de las monjas), empecé a trabajar en el Servicio Nacional del Trigo, donde gané mi primer salario que, muy orgulloso, se lo di a mi madre. No me pagaban mucho, no recuerdo la cantidad, pero en casa provocó, lo recuerdo muy bien, un «Gracias a Dios» y una sonrisa. ¡Falta nos estaba haciendo!

En el Servicio Nacional del Trigo trabajé en el departamento de personal y tuve dos responsabilidades que llegarían a encantarme porque me permitieron mantener una relación muy directa con algunos compañeros. 

Por una parte, yo era quien preparaba a diario la lista de firmas que colocaba sobre una mesa a la entrada de la oficina para que el personal fichara su llegada puntual al trabajo. Lista que retiraba media hora después y que entregaba al jefe que controlaba a los que llegaban tarde o faltaban sin permiso para tenerlo en cuenta en la nómina de fin de mes. (En más de una ocasión hice alguna que otra trampa y permití a algún compañero que firmara a destiempo aprovechando que el jefe había salido del despacho. Venían a contarme el problema que habían tenido y yo, sin hacer más averiguaciones, siempre que podía, les ayudaba sin importarme demasiado si estaba bien o mal. Lo del «bien» y el «mal», ya en aquel momento, me parecía muy relativo. A fin de cuentas, se trataba solo de una firma furtiva y reconfortante).

Mi segunda responsabilidad era mecanografiar la nómina mensual del personal y preparar, uno a uno, los sobres con el salario en metálico que le correspondía a cada trabajador; sobres que mi jefe entregaba en mano el día 1 de cada mes. Recuerdo perfectamente las caras de algunos de mis compañeros de entonces abriendo el sobre y comprobando si el contenido era correcto. Para muchas de aquellas personas, cada primero de mes, con aquel sobre en las manos, suponía un volver a empezar siempre esperanzado. Evidentemente, los que no hacían cola para cobrar su sueldo eran los jefes, ¡claro!, a ellos les llevaba yo el sobre personalmente a su despacho. 

Los sábados y los domingos continuaba participando en las reuniones de la parroquia donde, semana a semana, seguí descubriendo realidades, posibilidades y valores humanos y democráticos que hasta entonces prácticamente desconocía y que iban desencadenando una transformación cada vez más consciente de mi personalidad; situación de cambio personal reafirmada, después de las reuniones, en largos anocheceres de chatos de vino y buen queso en El Gorrión.

Un libro que para mí fue esencial en aquel momento (más que esencial ¡definitivo!), fue La revisión de vida, de Albert Marechal, que se convirtió en el hilo conductor de los encuentros parroquiales y, posteriormente, en un referente vital de mi vida. Fue, sin duda, uno de los libros clave en la construcción del pensamientos democrático de muchos jóvenes españoles de los años sesenta a los que se nos calificaba, de forma peligrosamente despectiva, «rojos» o «de izquierdas».


«Ver, juzgar y actuar». Ese era el itinerario que Marechal nos proponía para poder vivir con dignidad: «Ver» conscientemente lo que acontecía en nosotros mismos y a nuestro alrededor; «valorar y juzgar» lo percibido y, a partir de ahí, «actuar» coherentemente y comprometiéndolo todo. En particular, y sobre todo, «la voz del corazón». Años más tarde, el poeta Celso Emilio Ferreiro me ratificaría aquella forma de actuar en las voces del grupo Aguaviva diciéndome: «O corazón é quen manda i eu obedezco». («El corazón es quien manda y yo obedezco».).

Aquel libro, que todavía conservo, fue, sin duda, el fundamento y la inspiración del que escribí veintisiete años después, titulado Música, canción y pedagogía; en el que el hermanamiento entre la «canción de autor» y la pedagogía ya era en mí un hecho consumado. En aquella publicación compartí una de las propuestas educativas de las que más satisfecho me siento, la llamé: «Sinfonía Pedagógica en Tres Tiempos». Más adelante hablaré de ella pero, de momento, he de reconocer que esos tres tiempos pedagógicos no son más que los que aprendí y viví en el que antes califiqué como itinerario de Marechal. 


Vuelvo de nuevo a mis reuniones parroquiales de 1963 para evocar uno de los hechos o circunstancias que influyeron decisivamente en mi vida y, en particular, en mi vocación pedagógica. 

Una tarde observé que, al mismo tiempo que nos reuníamos los jóvenes, se reunía también un grupo de niños de entre 7 y 12 años coordinados por un «instructor». Pregunté si aquel grupo pertenecía también a la comunidad y me dijeron que sí, que era un grupo de «aspirantes», o sea, niños y niñas que se estaban preparando para ser jóvenes de Acción Católica. 

Las palabras «instructor» y «aspirante», desde el primer día que las escuché, no me gustaron nada. Quizá por ese motivo, o sencillamente porque así tenía que ocurrir, me sentí muy atraído por la dinámica y las actividades que estaba realizando aquel grupo de muchachos. 

Recuerdo muy bien que estaban desarrollando una campaña de formación y acción a la que llamaban «Construyamos nuestro mundo». Durante varias semanas les pedí que me permitieran participar en sus reuniones y, en muy poco tiempo, llegué a la conclusión de que lo de «aspirantes» no tenía ningún sentido. Les llamaban así porque se decía que aspiraban a ser jóvenes para poder adquirir un compromiso ético y social, pero observándoles y escuchándoles era evidente que aquellos niños no aspiraban realmente a nada, porque ya se estaban comportando como personas con deseos y capacidad de construir un mundo mejor. Varias veces pensé que a aquel proyecto o movimiento de chavales (¡que me entusiasmó!) se le debía cambiar el nombre.

Tanto me impliqué en aquel llamado «Aspirantado» que, a los pocos meses, me convertí en su responsable diocesano y a los pocos días estaba pidiendo un permiso en el Servicio Nacional del Trigo para poder desplazarme a Madrid del 28 de agosto al 2 de septiembre para participar en las XI Jornadas Nacionales de Aspirantes.

Madrid surgió así, de forma inesperada, en mi horizonte y un 27 de agosto de 1964 me «eché a volar» hacia allí nervioso y entusiasmado. Realicé el vuelo en autobús, en la famosa «pava». Recuerdo la sensación de aire y de libertad que sentí en el momento en que atravesamos  Despeñaperros. ¡Emocionante!, ¡hermoso! «Al vent…, buscant la lum»


Mientras tanto, Paco Ibáñez acababa de grabar en París su primer disco cantando a Góngora y a Federico García Lorca; un LP hermosamente ilustrado por Salvador Dalí. ¡Disco que pude acariciar y escuchar por primera vez pocos meses después!.


«Ismael» Peña Poza, de Torreadrada (Segovia), residiendo también en París, grabó en 1964 su primer LP titulado Canciones del pueblo. Canciones del Rey, por el que le fue concedido el Gran Premio del Disco de la Academia Charles Cros.

Mikel Laboa, cantautor vasco, grabó aquel mismo año su primer single en Bayona, publicado por la editorial Goiztiri: Azken, compuesto de cuatro canciones tradicionales: «Amonatxo», «Bereterretxen kanthoria», «Aurtxo txikia» y «Oi Pello». ¡Imposible imaginarme en aquel momento la admiración y la linda amistad que, pasado un tiempo, llegué a sentir y compartir con Mikel años después!



Y en Montevideo (Editorial El Siglo Ilustrado) se publicaba en castellano el libro Cantos de la Nueva Resistencia Española (1939-1961), de los periodistas italianos Sergio Liberovici y Michele L. Straniero. Publicado en italiano dos años antes, en sus páginas los autores recogían los resultados de una investigación que llevaron a cabo en 1961 en torno a los cantos populares que surgieron de forma espontánea y subversiva en España a modo de protesta y resistencia frente a la dictadura franquista a la vez que como expresión del deseo y la reivindicación popular de un futuro libre y democrático. Fue en este libro donde me encontré, más tarde, con las primeras canciones de Chicho Sánchez Ferlosio que, por cierto, figuraban como anónimas; o con «Pueblo de España ponte a cantar», tema compuesto sobre un poema de Jesús López Pacheco que, en 1970, Adolfo Celdrán incorporaría a su primer LP Silencio).

"MI VIDA ENTRE CANCIONES". CAPÍTULO 6.

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Llegué a la estación de autobuses de Madrid y, después de hacer varias averiguaciones, pude encontrar por fin el Colegio Mayor Pío XII que era donde se iban a celebrar las XI Jornadas Nacionales de Aspirantes de Acción Católica. No conocía a ninguna de las cincuenta y dos personas que habían llegado de diecinueve provincias distintas pero, curiosamente, en cuanto nos vimos, al presentarnos y contarnos de dónde veníamos, sentí una gran complicidad con todos ellos.

Muy cerca del Pio XII se encontraba el colegio de las Escolapias, donde estaban celebrando sus Jornadas Nacionales las responsables de las llamadas, también absurdamente, «menores», o sea, como los «aspirantes» pero en femenino. En aquel momento, lo de la coeducación no existía: «Los niños con los niños y las niñas con las niñas».

Aquella primera noche, un grupo de los recién llegados nos acercamos al colegio de las Escolapias y salimos con varias compañeras a cenar y a tomarnos un helado. Hacía una noche preciosa y nos encontrábamos tan a gusto que, no sé si dándonos cuenta o provocándolo, se nos pasó la hora del cierre de los colegios y no pudimos entrar hasta la mañana siguiente. Así que nos pasamos toda la noche paseando, hablando, disfrutando y echando alguna que otra cabezada en los bancos de la Castellana.

Hablamos de muchos temas, nos contamos muchas cosas e incluso nos hicimos más de una confidencia. Lo de «los chicos con las chicas» ciertamente funcionaba. ¡Vaya si funcionaba! 

Uno de los temas de conversación, como era lógico dadas las circunstancias, fue que en las jornadas que íbamos a celebrar en los días siguientes teníamos que unirnos para conseguir al menos dos objetivos: suprimir y cambiar lo de «menores», «aspirantes» e «instructores», y hacer un colectivo único en el que chicos y chicas pudiéramos trabajar juntos.

Pasada la noche, dejamos a las «instructoras» en las Escolapias y regresamos al Pío XII. A las diez de la mañana empezamos las Jornadas.

Uno de los asuntos que se plantearon aquellos días fue la renovación del Secretario General del Equipo Nacional de Aspirantes. En aquel momento desempeñaba el cargo Santiago Baña y, por cuestiones personales, estaba a punto de dejarlo.

El Secretario General tenía que ser una persona dispuesta a ser «liberada», así se le llamaba, lo que significaba vivir en Madrid y tener una dedicación exclusiva. 

La sede del Equipo Nacional de los Aspirantes, junto con el resto de los demás equipos nacionales, Menores, JOC (Juventud Obrera Católica), JARC (Juventud Agrícola y Rural Católica), JEC (Juventud Estudiantil Católica), JIC (Juventud Independiente Católica), HOAC, Revista Signos, etc…, estaba en la calle Alfonso XI, donde actualmente se encuentra la COPE. Un lugar del centro de Madrid que nada tenía que ver en absoluto con lo que hoy es, hay y se hace dentro de ese edificio.

A los llamados «liberados» se les asignaba un pequeño sueldo mensual. Trabajaban y dormían en el mismo despacho en el que había una cama plegable que se abría por las noches. Las comidas y  cenas se hacían en un lúgubre comedor privado que había en el sótano y que resultaba muy económico. Comedor que, con cierta frecuencia, recibía la visita de la policía, y en el que se produjo más de una redada. Situación normal porque muchos de los jóvenes que vivían entonces en aquella casa eran considerados «rojos», comunistas, y, por tanto, antifranquistas, aunque oficialmente consentidos y, en cierta medida, protegidos por un sector progresista (¡que lo había!) de la jerarquía de la Iglesia Católica.

Cuando se planteó en la reunión la renovación del Secretario Nacional de los Aspirantes, yo, sin pensarlo mucho, me presenté como candidato. Lo tenía muy claro. Por una parte sentía verdadera necesidad de salir de Jaén y, por otra, aquella era una oportunidad para transformar, desde dentro, un «aspirando» ante el que me sentía cada vez más implicado y más crítico.

Además, pensé que aquella nueva situación me permitiría, en cuanto me fuera posible, encontrar la forma en que mis padres y mi hermano se mudaran a Madrid. Su situación personal, económica y social en Jaén se hacía cada vez más insostenible. Mi padre estaba bastante enfermo y se me rompía el alma cada vez que pensaba en él, consciente de que se sentía moralmente deshecho y fracasado.

Presentada mi candidatura, fue aprobada y, a partir del 1 de septiembre de 1964, fui Secretario General de los «Aspirantes» de Acción Católica. 

Al día siguiente volví a Jaén para anunciarles a mis padres la noticia y para pedir la baja en el Servicio Nacional del Trigo. Dos días más tarde me desplacé definitivamente a Madrid. En la maleta metí muy pocas cosas, lo imprescindible, entre ellas aquel single de Raimon que me regalaron un año antes; en realidad era como mi amuleto.«El cor al vent buscant la llum».

Creo que fue entonces la primera vez que sentí en mi vida la experiencia y el vértigo de la libertad, mi «pequeña libertad», como realidad posible.

Me instalé en uno de los pequeños despacho-dormitorios de la quinta planta interior de Alfonso XI y  Madrid me atrapó al instante. Se dice que es una ciudad acogedora y es cierto. El tiempo y los acontecimientos parecieron dispararse.

A los pocos días de mi llegada, Fernando Oliván, que era el Presidente del Equipo Nacional de Aspirantes, tomó la decisión de dejar su cargo y, en un «plis-plas», yo, que acababa de debutar como Secretario, tuve que asumir la presidencia y formar mi propio y renovado equipo de trabajo en el que, desde un principio, ¡por supuesto!, pedí la colaboración de las compañeras de «Menores» que residían en la sexta planta del mismo edificio.

De aquel primer grupo de trabajo con el que tuve la suerte de compartir momentos y experiencias inolvidables, no puedo dejar de evocar, entre otros, a colaboradores y entrañables amigos como José Manuel Estepa, de Andújar (Jaén); Alfredo Larreta, de Navarra; Daniel, Miguel, Fuentes y Pili Bobes, de Asturias; Paco Tapia, de Granada; Fernando Urbaneja, de Burgos; Javier Badiola y Merche Lavía, de Bilbao; Julián Mota, de Sevilla; Joaquín Domingo, de Girona; Mercedes de Frutos, de Segovia; o Blanca, Ramón y Margarita, de Madrid. Todos ellos fueron un impulso de vida.

Mi posición en aquel momento era clara. Asumía gustoso aquella nueva responsabilidad, pero con la condición de plantearme y poner en marcha, de inmediato, una renovación pedagógica del llamado «Aspirantado». Objetivo que, tras muchos encuentros y reuniones de trabajo y de consulta por toda España (no paré de viajar durante tres meses) conseguimos alcanzar en la primavera de 1965 con la aprobación oficial y puesta en marcha del Movimiento Junior, colectivo infantil y adolescente comprometido, en la medida de sus posibilidades reales y no como simple «aspiración», a reivindicar y defender los derechos humanos y los valores evangélicos más auténticos.

No voy a entrar en más detalles respecto a lo que fue y cómo se desarrolló la puesta en marcha del «Junior», así lo llamábamos, porque esa es una larga y apasionante historia que en sí misma necesitaría todo un libro. Lo menciono porque fue ahí y en ese tiempo donde consolidé mi pensamiento y mi vocación pedagógica. Y porque, al desplazarme a Madrid y tener que viajar por todo el Estado, tuve la oportunidad de aproximarme de forma directa y tener un primer conocimiento del universo de la «canción de autor» que en aquel momento estaba empezando a surgir y que pronto se convertiría, junto con la pedagogía, en uno de los tres pilares esenciales, o coordenadas, de mi personalidad y mi proyecto de vida.

La pedagogía, la «canción de autor» y, ya en aquel momento, mi claro y decidido posicionamiento de lo que se entendía por entonces como una persona de izquierdas; radicalmente antifranquista y apasionado amante de la libertad. De mi libertad personal y de la de aquella España «de todos los demonios» que, como escribía Jaime Gil de Biedma, tenía y tiene el derecho «a que sea el hombre el dueño de su historia». Hermoso y duro poema que, en 1978, musicalizó y cantó Paco Ibáñez en su disco A flor de tiempo.

Mi primera aproximación directa a la «canción de autor», entre 1964 y 1965, tuvo varios frentes.

En uno de mis viajes a Barcelona para reunirme con los responsable del naciente Movimiento Junior catalán, tuve la oportunidad de comprarme la primera biografía de Raimon escrita por Joan Fuster (Ediciones Alcides. Barcelona, 1964). Estaba escrita en catalán pero, por supuesto, no me importó. También tuve la magnífica oportunidad de asistir una noche a un concierto del grupo Els 4 Gats en el que participaba Quico Pi de la Serra. Fue la primera vez que le vi y que le escuché cantar, y me quedé fascinado con su música (¡maravilloso cómo toca la guitarra!), sus textos y sus comentarios breves, cargados de ironía y de «disparo certero». Al día siguiente, antes de regresar a Madrid, me regalaron el segundo single de Quico, que acababa de publicar Edigsa, en el que interpretaba cuatro canciones, entre ellas, «L'home del carrer» y «Els fariseus». ¡Impresionantes!


En la reunión que tuve poco después en Donostia, un compañero, consciente del interés que empezaba a despertarme la «canción de autor», me trajo desde Hendaya el primer LP de Paco Ibáñez (¡Góngora y Lorca!) que había grabado recientemente en París. Lo escuchamos juntos en su casa. ¡Todo un descubrimiento! Góngora y Lorca empezaron a existir de verdad en mi vida desde aquel momento, y gracias a Paco.

Y en la Navidad del 65 aterrizó Víctor Jara en mi vida. Una amiga chilena de la JOC (Juventud Obrera Católica) me habló de Violeta Parra y de él. Escuchamos juntos las dos canciones de Víctor grabadas en su primer single en solitario: «La cocinerita» y «El cigarrillo». Me resultó sorprendente y muy esperanzador descubrir que la «canción de autor» existía y era también una realidad más allá de nuestras fronteras.


En aquel momento, inmerso en un intenso proceso de crecimiento y construcción personal, justo en aquellas Navidades, le encontré a mi hermano un trabajo en una librería y conseguí que mis padres se vinieran con él a Madrid. Yo seguí viviendo en mi despacho del Junior y ellos se instalaron en un pisito amueblado que nos prestó generosamente una buena amiga. Aquello supuso el punto final de una etapa de mi vida y el inicio de la aventura insospechada y apasionante que me estaba aguardando. Años más tarde comprendí, gracias a Joan Manuel Serrat, que la vida me empezaba a dar un inmenso beso en la boca. «De vez en cuando la vida / nos besa en la boca / y a colores se despliega como un atlas».

"EL VIENTO QUE VIENTA LA VENTOLERA". POEMA INÉDITO DE ANONIO MATA DEDICADO A JUAN DE LOXA.

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Hace unos días, antes de irse, hablé con mi amigo Juan de Loxa. Por supuesto, uno de los temas de que hablamos fue de Antonio Mata. Le dije que tenía una sorpresa para él. Que había encontrado el manuscrito de un hermoso poema que le había dedicado Antonio. Juan enseguida me pidió que se lo enseñara y bromeando le contesté que espera unos días a leer la página 115 del libro "En la raíz del silencio"... Nunca pude imaginar que no le diera tiempo a leerlo. (Lo repito: ¡Qué gran cabrona es la muerte!)

Hoy quiero y necesito compartir ese poema de Antonio Mata que aparecerá, en unos días, en su libro. Es un maravilloso poema inédito en el que la presencia de Juan de Loxa permanece viva. En este fin de semana me lo he leído no sé cuantas veces... Hoy quiero hacérselo llegar a Juan, donde quiera que esté, como un beso "bipartito", os sea, de Antonio y mío.

Este es el poema:

«El viento que vienta la ventolera.
La lluvia que llueve sobre la era.
La era descalza sobre las piedras.
La ternura desnuda de la alameda.
La inmóvil lechuza siempre inquieta
y el río que a la vera fluye
y en los recodos ríe
y en los remansos llora
y el agua canta una canción.
Vuela la trucha,
nada el gorrión,
bailan las lagartijas
y bailan un vals
la luna y el sol.

Ocurrió en Andalucía
así como cualquier cosa.
pasaba por allí
Juan de Loxa.»

"MI VIDA ENTRE CANCIONES", CAPÍTULO 7.

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Vuelvo a 1965 y hago un pequeño paréntesis para evocar un acontecimiento personal importante que no quiero dejar de reflejar porque, sin duda, ha sido uno de los que más ha marcado y sigue marcando mi vida. Me refiero a mi primer encuentro con la mujer que durante más de cincuenta años ha sido mi compañera de camino, de sueños, de proyectos, de luchas, de problemas y de ternuras. Mi fortaleza ante las dificultades, mi esperanza, mis muletas cuando fueron necesarias y mis alas siempre. Mujer a la que amo con el alma y con el cuerpo, y con la que comparto cuatro hijos que siempre están ahí empujándonos, queriéndonos y apuntalando nuestro futuro en el tiempo que nos quede por vivir.

Como comenté en el capítulo anterior, siendo ya responsable del Movimiento Junior masculino, me planteé como objetivo prioritario romper la absurda separación implantada entre lo que fueron los «aspirantes» y las «menores» de Acción Católica; objetivo que empezó a hacerse realidad a mediados de 1965, cuando empezamos a caminar juntos los chicos y las chicas, elaborando y compartiendo proyectos, sueños y compromisos. Objetivo que no fue nada fácil, aunque, hoy por hoy, pueda parecer increíble.

En aquel momento había que hacer frente, por una parte, a la prepotencia machista de la época, que anulaba de forma radical el valor de la igualdad; y, por otra, era imprescindible liberarse de todo un conjunto de enfermizos y represivos principios morales centrados, de forma obsesiva, en torno al desprecio del valor de la sexualidad, el cuerpo y el placer; valores que durante muchos años fueron víctimas de la permanente amenaza de la inmoralidad y el pecado; monstruo realmente endemoniado frente al que ya éramos muchos los que por entonces empezábamos a revelarnos.

Pues bien, en ese contexto, en el verano del 75, se celebraron en Madrid unas nuevas Jornadas Nacionales de las responsables diocesanas de «menores» para plantear el proceso definitivo de creación de un Movimiento Junior unificado. 

El día que se inauguraron aquellas Jornadas, Merche Lavía, que en aquel momento era la responsable nacional, me invitó a que participara en el encuentro, y así lo hice. Recuerdo que me sentaron en la mesa presidencial y que incluso tuve que decir algunas palabras. Pero, en realidad, lo más importante que ocurrió aquel día tuvo poco que ver con el tema de las Jornadas y con lo que yo pude decir, que ya ni me acuerdo.

Sentado en la presidencia tenía frente a mí a las más de sesenta chicas que habían viajado desde toda España para participar en el encuentro. Hubo un momento en que toda mi atención se centró en una de ellas. Era una mujer muy linda. Sinceramente, me pareció la más bella de todas o, al menos, fue la que más me llamó la atención. No pude dejar de observarla ni un momento. ¡Cómo me gustaba aquella mujer! Pregunté a Merche de dónde venía aquella morena y me dijo que se llamaba Tonona, que estudiaba aparejadores y que era la responsable diocesana de Tenerife.

Finalizada la reunión de aquel día, me acerqué a Tonona y le propuse salir a cenar juntos aquella misma noche. Me dijo que sí, lo que me puso más contento que unas Pascuas, pero me fastidió un montón cuando se presentó a la cita con dos compañeras sevillanas. ¡En fin! ¿Qué se le iba a hacer? Paseamos, cenamos, hablamos y cada minuto que pasaba me gustaba más la canaria. Yo, por lo que luego me contó, también le había caído bastante bien.

Cuando acabaron aquellas Jornadas Nacionales quedamos en volver a vernos y, aunque ella vivía en Tenerife y yo en Madrid, el nuevo encuentro se hizo realidad de inmediato. Enseguida organicé una reunión urgente para evaluar la marcha del Junior canario, y para allá que me fui.

«Y en la calle codo a codo somos mucho más que dos.»
Con Tonona.

Estuvimos tres días juntos, pudimos hablar solos y allí empezó todo. Seis años escribiéndonos casi a diario, deseándonos en la distancia, viéndonos menos de lo que nos gustaría, luchando y trabajando juntos por los derechos y los valores en los que creíamos, y amándonos mucho, temporadas en Tenerife y temporadas en Madrid. Y así hasta el 6 de abril de 1971, cuando tomamos la decisión de casarnos. Lo hicimos en Tenerife y aquel mismo día, inmediatamente después de la boda, nos vinimos a vivir definitivamente a Madrid.

De aquellos primeros años tengo un recuerdo muy entrañable relacionado con la «canción de autor». Un buen día, al poco tiempo de conocerlos, Tonona (no sé si intencionadamente o no) me regaló el cuarto single editado por Raimon en Edigsa, Cançons d'amor (1965), con cuatro canciones. Una de ellas se llamaba «Treballaré el teu cos» y me decía:


«Traballaré el teu cos
com treballa la terra
el llaurador del meu poble:
am amor i força».

(«Trabajaré tu cuerpo
como trabaja la tierra
el labrador de mi pueblo:
con amor y fuerza»).

Tres años más tarde, en 1968, fue también ella la que me regaló el primer single del cantautor gallego Benedicto, un disco con cuatro temas: «Eu son a voz do pobo», «No Vietnam», «Un home» y «O arte de amar». Benedicto, como más adelante comentaré, fue uno de los fundadores del colectivo «Voces Ceibes» de canción gallega (1968).


Tonona, por entonces, lo tenía claro. Ya sabía que el mejor regalo que se me podía hacer era un disco de aquellos cantautores a los que tanto empezábamos a admirar.

Siempre que pienso en el día que conocí a mi compañera y en los años que llevamos compartidos, no puedo dejar de evocar el poema «Te quiero» que Mario Benedetti escribió y publicó en su libro Poemas de otros (1973-1974). Es un poema con el que tanto Tonona como yo siempre nos hemos sentido total y felizmente identificados.

«Tus manos son mi caricia
mis acordes cotidianos
te quiero porque tus manos
trabajan por la justicia.

Si te quiero es porque sos
mi amor mi cómplice y todo
y en la calle coco a codo
somas mucho más que dos».

Bellísimo poema que en 1976, estando Benedetti exiliado, fue musicalizado y cantado por los argentinos Alberto Favero y Nacha Guevara, y del que posteriormente se han realizado numerosas versiones interpretadas por El Cuarteto Zupay (Argentina), Eduardo Peralta (Uruguay), Isabel Parra (Chile), Susana Baca (Perú), Tania Libertad (México), Amparo Ochoa (México), Lilia Sánchez (Chile) Jenny Cárdenas (Bolivia), Sandra Mihanovich (Argentina), María Jiménez (España), Quintín Cabrera (Uruguay/España), Los Sabandeños (España), Ángel Corpa (España), Miguel Caldito (España) o Jesús Garriga (España).

He de decir que a mí, de todas esas versiones, una de las que más me emociona es la musicalizada e interpretada por Jesús Garriga, cantautor canario; versión que grabó en su disco Hijo del sol (2006).

Por cierto, dando un salto en el tiempo y realizando un giro temático, Jesús Garriga, autor de los que yo califico de «tercera generación», ocupa un lugar muy especial en «mi vida entre canciones». Aparte de porque considero que su obra es de una gran calidad, también por un pequeño pero muy importante gesto que hace años tuvo conmigo. 

Fue en diciembre de 2008. Jesús, a quien no conocía aún en persona, me mandó inesperadamente un correo que me produjo una tremenda e inolvidable emoción. Había cantado el 1 de octubre de 2008 en la Casa Góngora de Panamá, en el marco del Festival Tocando Madera, y me contaba lo siguiente:

Jesús Garriga en Panamá.  

«El motivo de escribirte es para contarte una experiencia que tuve recientemente en el "Festival Internacional de la Canción de Autor de Panamá 2008". Fui invitado por la Embajada de España para participar en dicho festival y tu nombre estaba en boca de todos porque también llevaron la exposición Y la palabra se hizo música, ¡maravillosa! Por otra parte, me regalaron allí mismo un ejemplar de tu libro El canto emigrado de América Latina, que devoré por completo y sigo usándolo para saciar mi curiosidad y descubrir a mucha gente.

»Después de leer tu libro y conocer un poco más el movimiento social y de lucha que despertó el género, me pareció imprescindible contarte lo que está ocurriendo en Panamá con la canción de autor. Los panameños acaban de salir de una ocupación de los USA y existe un movimiento para deshacerse de lastres culturales gringos y hacer de Panamá un país con una identidad cultural propia. Existe un movimiento desde la canción de autor panameña que ellos llaman "Tocando Madera" en el que pelean para dar a conocer la cultura de su país. Estuve allí con ellos y me pareció hermoso que un puñado de cantautores, guitarra al hombro, con pocos recursos, intenten llevar su cultura y sus reivindicaciones, en forma de canción, a todas las provincias del país. No sé como explicar bien mi sensación, me pareció que estaba formando parte de algo histórico, me recordaba a bonitas historias del pasado en el que el trovador era un auténtico cronista de su tiempo y sobre todo me pareció un movimiento a tener en cuenta dentro de la canción de autor, no solo por la calidad musical de los cantautores con los que compartí, también por la filosofía de lucha que tienen, me pareció hermoso».

Yigo Sugasti, Jesús Garriga y Alcides Fuentes
en la exposición "...Y la palabra se hizo música", Panamá, 2008.

Pocos días después de recibir este correo, localicé y me puse en contacto con Yigo Sugasti, impulsor desde el año 2004 del movimiento de cantautores panameños «Tocando Madera». ¡Magnífica y entusiasmante iniciativa que me reafirmó en el carácter internacional y sin fronteras que realmente tiene este género al que identificamos como «canción de autor»! Por otra parte, a partir de aquel día, Yigo y yo mantenemos una muy buena amistad y complicidad.

"MI VIDA ENTRE CANCIONES". CAPÍTULO 8.

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Identifico 1966 y 1967 como un tiempo de mi vida en el que tuve la suerte y el placer de realizar grandes descubrimientos personales y, a partir de ahí, adquirir algunas convicciones radicales  relacionadas con el universo de la pedagogía y la «canción de autor»; convicciones tan importantes para mí, que después de cincuenta años sigo manteniéndolas tal y como nacieron en aquel entonces.

Por una parte, a lo largo de 1966, proseguí dirigiendo desde Madrid el Movimiento Junior y trabajando para consolidar su identidad como un colectivo comprometido y solidario, siempre con la mirada puesta en la realización de los deseados y necesarios derechos humanos, tan imprescindibles y tan ausentes en aquel momento.

El año anterior, los días 26 al 29 de junio, participé junto con los compañeros que dirigían los Movimientos Especializados de Acción Católica (JIC, JEC, JOC, JARC), en la preparación y la celebración de un encuentro histórico que se realizó en Madrid y al que llamamos Asamblea de la Juventud. Participaron más de dos mil jóvenes de todo el Estado y, a partir de un estudio y una reflexión sobre la lamentable realidad política de nuestro país, así como de la situación vivida por la juventud del momento, redactamos y se hizo público un manifiesto, El Manifiesto de la Juventud, exigiendo a la Iglesia, a la sociedad y a los propios jóvenes, una actitud crítica y comprometida en defensa de la libertad y en contra de la dictadura del General Franco y sus posicionamientos represivos.

Tras aquella Asamblea, en el Junior, en reuniones, encuentros y publicaciones, fuimos concretando cómo podía y debía hacerse operativo, a nivel infantil y adolescente, ese compromiso social y de alguna forma político en el que, desde nuestra perspectiva, ser cristiano era totalmente inseparable de ser libre y democrático. Proceso que, por supuesto, implicó la creación y el desarrollo de una pedagogía muy concreta que nada tenía que ver con la que oficialmente se trazaba desde el Ministerio de Educación Nacional para las escuelas.

Recuerdo que en el proceso de planificación y concreción pedagógica del Junior influyó radicalmente en mí el pensamiento del gran filósofo brasileño Paulo Freire y su «Pedagogía de la liberación». Concretamente, en aquel momento, uno de mis libros de cabecera fue una especie de edición pirata de su obra La educación como práctica de la libertad. Tres años más tarde pude disfrutar de su obra maestra, Pedagogía del oprimido, que para mí fue tan importante, o más, que la mismísima Biblia. No podía ni imaginarme en aquellas circunstancias que en 1979 conocería personalmente a Paulo Freire, que entablaríamos una bonita complicidad y que podría contar con su colaboración en mi libro Música, canción y pedagogía, publicado al año siguiente.


1966 fue realmente intenso, un año de muchos viajes y de los primeros encuentros internacionales en París con responsables y camaradas del MIDADE (Mouvement International d'Apostolat des Enfants). Recuerdo perfectamente, casi minuto a minuto, aquella primera salida de España. En aquel entonces, la responsable del Junior femenino era Merche de Frutos. Viajamos juntos. Fue impresionante cruzar la frontera, y más aún encontrarme con otros jóvenes como yo, procedentes de cincuenta y tres países, con los que compartí proyectos, sueños y esperanzas comunes. Por cierto, luego volveré a recordarlo, en aquel primer viaje a París visité por primera vez el mítico Teatro Olympia. Aquel día cantaba Julliette Gréco. Dos meses después, el 7 de junio, lo hizo Raimon. Al regreso de París, mi maleta llegó a España cargada de vinilos, entre ellos, por supuesto, varios singles de Edith Piaf, Leó Ferré, Jacques Brel y, por supuesto, Georges Brassens.¡Aquello fue una ruina!


Al año siguiente, 1967, todo empezó a cambiar. Como era de esperar, el sector integrista de la Iglesia Católica, y en concreto los obispos que lo representaban y lideraban, que eran la mayoría, en una descarada alianza con la dictadura franquista, no podía tolerar ni apoyar lo que los jóvenes habíamos firmado y proclamado en el Manifiesto de la Juventud, y mucho menos que lo estuviéramos poniendo en práctica. 

Aquella toma de posición reaccionaria de un gran sector del episcopado empezó a provocar por parte de la jerarquía eclesiástica una estrategia de retirada de confianza y falta de apoyo a la Acción Católica juvenil; estrategia que tuvo como consecuencia un inmediato acoso represivo del Gobierno y de la policía que hizo inviable nuestro trabajo y puso en peligro nuestra seguridad personal. Esta situación, antes de que nos echaran, nos forzó a pedir la dimisión, a dejar nuestro trabajo como responsables nacionales y a quedarnos en la calle, por supuesto, sin ningún tipo de reconocimiento, indemnización o derecho. Evidentemente, aquellos fueron años de trabajo que jamás han figurado en mi vida laboral. Así se entendía la justicia social por parte de aquel sector eclesiástico.

En la calle, sin un duro, sin trabajo y, además, fichado por la policía, me fui a vivir a casa de mis padres. Mi padre se encontraba cada día más enfermo; poco tiempo después, murió en paz y sintiéndose querido.

Dada la situación en que me vi, tuve que plantearme qué hacer para poder seguir ayudando económicamente a mi familia y afrontar mi propio futuro. 

En un principio, José Manuel Estepa, sacerdote con el que había trabajado codo con codo en el Junior, me encontró un trabajo como auxiliar en el Colegio Privado Aula Nueva. Un maravilloso colegio pequeño y familiar, que dirigía Carmina Pascual, compañera en aquel momento del director de cine Basilio Martín Patino. Cuidé los patios y los comedores. Impartí algunas clases de religión e incluso hice de sustituto cuando faltó algún profesor.

Colegio "Aula Nueva".
Obra del arquitecto salmantino Antonio Fernández Alba.

Aquella primera experiencia escolar, unida a todo lo vivido en el Junior, me provocó una de mis primeras y más importantes convicciones de aquel entonces. Mi futuro personal y profesional iba a estar en la pedagogía y, por tanto, debía ponerme a realizar cuanto antes la carrera de maestro; palabra que, por cierto, siempre me ha gustado muchísimo más que profesor.

En septiembre de 1967, me matriculé en la Escuela de Magisterio Pablo Montesinos de Madrid e inicié el primer curso para poder llegar a ejercer como maestro de Primera Enseñanza. Mientras tanto, para poder sobrevivir, seguí colaborando en el colegio Aula Nueva y empecé a dar algunas clases particulares a niños con dificultades para el aprendizaje.

Simultáneamente, mi vida y mis intereses personales siguieron enganchados al universo de la «canción de autor». 

Aprovechando los muchos viajes que tuve que realizar en aquella época y dedicándole todo el tiempo libre de que disponía, no cesé de perseguir y descubrir las novedades que se iban produciendo por todo el país relacionadas con ese universo musical y poético. Así, y casi sin darme cuenta, la «canción de autor» empezó a convertirse, definitivamente, en una compañera de camino necesaria y enriquecedora. 

Lo he escrito en algún capítulo anterior, lo he dicho muchas veces y lo repetiré muchas más, cuantas sean necesarias, es otra de mi convicciones: yo soy lo que soy y he construido parte importante de mi identidad gracias a la «canción de autor», o sea, gracias a cientos de canciones que, a lo largo de mi vida, han puesto patas arriba mis sentimientos y mi sensibilidad. Canciones que me han mostrado realidades que no conocía o que me habían pasado desapercibidas. Canciones para amar y para desahogar desamores; para reír y para llorar; para la compasión y para la ternura. Canciones para soñar y para la revolución libertaria. Canciones apasionadas, valientes, hermosas, comprometidas, revolucionarias; a fin de cuentas latidos y suspiros que consiguieron emocionarme y hacerme sentir vivo.

Seguimos estando en los años 1966 y 1967. Mikel Laboa, que ya había grabado su primer single, Azquen en Bayona, al finalizar sus estudios de medicina en Zaragoza, se trasladó a la Universidad de Barcelona para hacer la especialidad de neuropsiquiatría infantil. Una vez allí, dadas sus inquietudes musicales, no tardó en conectar con el colectivo Els Setze Jutges. Impactado, sin duda, por los planteamientos y por la línea de creación y desarrollo que estaba adquiriendo la «nova cançó», a su regreso a Euzkadi, Mikel se puso en contacto con el escultor Jorge Oteiza y con los compositores y cantantes Xabier Lete, también magnífico poeta, Lourdes Iriondo, Julen Lekuona y Benito Lertxundi, y en 1966 crearon el colectivo Ez Dok Amairu, grupo de cantautores vascos inicialmente integrado por Jesús y Joxean Artze, Julián Beraetxe, Lourdes Iriondo, Mikel Laboa, Kepa Garbizu, José Ángel y Juan Miguel Irigaray, Benito Lertxundi, Xabier Lete, José María Zabala, Julen Lekuona y Luis Bandrés.

Primer LP del colectivo "Els Setze Jutges"
editado en Concentric:
"Audiència pública!" (1966).

Colectivo vasco "Ez Dok Amairu"

Recuerdo que en marzo de ese mismo año, en un viaje que realicé a San Sebastián, tuve la gran oportunidad de conocer y escuchar a Lete y a Lourdes, y de conversar un buen rato con ellos. En aquel momento Lourdes estaba a punto de publicar sus primeros singles en el sello discográfico Belter. Poco tiempo después lo hicieron ambos en Herri-Gogoa, discográfica ligada al colectivo Ez Dok Amairu.

En mayo de 1967 fue Raimon quien visitó Euskadi y entró en contacto con los componentes de Ez Dok Amairu. A su regreso a Cataluña, compuso la canción«El País Basc». 

Seis meses después, Mikel Laboa, Benito Lertxundi y Lourdes Iriondo hicieron su presentación en el Palau de la Música de Barcelona. Fue el 26 de noviembre de 1967. Un concierto en el que también intervinieron Pi de la Serra, Tete Montoliu y cuatro alumnos de la Escuela de Arte Dramático Adriá Gual que interpretaron un texto de Maria Aurèlia Capmany: Fes l'amor i no facie la guerra.


Ese mismo año surgió en Cataluña, a la vez que colectivo Els Setze Jutges, otro grupo de compositores y cantantes con planteamientos distintos y alternativos. Fue el llamado Grup de Folk, al que llegaron a pertenecer más de veinticinco creadores, entre ellos Jaume Sisa, Jordi y Albert Batiste, Jaume Arnella, Els Sapastres o Pau Riba, y en el que también colaboraron activamente Ovidi Montllor, Quico Pi de la Serra y Maria del Mar Bonet. Nunca olvidaré el viaje relámpago que realicé el 23 de mayo de 1968, ya como estudiante de magisterio, para asistir a uno de los míticos conciertos del Grup en el Parc de la Ciutadella de Barcelona; un concierto que duró más de diez horas y en el que escuché cantar por primera vez en directo a Maria del Mar Bonet, Pau Riba y Jaume Sisa, entre otros.

De izquierda a derecha: Consol Casajoana, Jaume Sisa, Maria del Mar Bonet y Albert Batiste

En 1967 también surgió en Galicia el germen de lo que sería una nueva canción gallega. En el mes de marzo, Raimon se desplazó a la Universidad de Santiago y dio un recital que supuso, sin duda, el impulso definitivo para que los jóvenes cantautores gallegos reforzaran su entusiasmo en la creación de sus propias canciones, alternativas y en gallego. Dos años antes, en la Universidad de Santiago, se había formado un grupo político llamado ADE (Acción Democrática Estudiantil) que tuvo una gran repercusión en el desarrollo y la evolución de la cultura gallega. Entre sus creadores se encontraba Benedicto, cantautor que lideró en 1968 la creación del colectivo Voces Ceibes junto con Xavier González del Valle, Xerardo Moscoso, Vicente Araguas, Guillermo Roxo, Margariña Valderrama, Xoan Rubia, Miro Casabella, Suso Vaamonde, Bibiano y el poeta Alfredo Conde.


Y en Madrid, aún en 1967, el 22 de noviembre se celebró un histórico recital en el Instituto Ramiro de Maeztu en el que, presentados por el periodista Antonio Gómez, cantaron un grupo de creadores que, al igual que ocurría prácticamente en todo el país, formaron el colectivo Canción del Pueblo, integrado por Hilario Camacho, Adolfo Celdrán, Carmina Álvarez, José Manuel Bravo, Luis José Leal, Manuel Toharia, Anselmo Cano, Paco Niño, Elisa Serna y Julia León.


Frente a toda esa realidad descubierta de forma directa y consciente (ahora no cabía aquello de: «¡Y yo sin saberlo!»), los senderos de la pedagogía y de la música se encontraron y se fundieron en mí de forma definitiva. 

Fue entonces cuando llegué a una primera conclusión respecto a lo que era y lo que estaba significando el nacimiento de la «canción de autor» en España. «Nueva canción» entendida, desde mi punto de vista, como un nuevo género con características propias. Manifestación cultural, musical y poética, profundamente humana, reivindicativa e incluso revolucionaria, con la que empecé a sentirme totalmente identificado y a la que me resultó imposible renunciar pensando en mis proyectos educativos y en mi futuro trabajo como maestro.

En concreto, me llamaron la atención y me sedujeron tres características de aquella naciente «canción de autor» que personalmente considero muy importantes y que en la actualidad, muchas veces, echo en falta.

Por una parte, la «canción de autor» de los años sesenta, y posteriormente de los setenta, fue como un estallido creador incontenible que se fue abriendo paso por todo nuestro país «cantando como quien respira», que diría Celaya. Estallido cantor generado, sin duda, por la existencia de una razón utópica y una esperanza compartida que provocaban la fertilidad fluida, libre y vociferante, de los sentimientos más profundamente humanos y democráticos.

Por otra parte, la «canción de autor» logró desarrollar una gran capacidad de difusión y de contagio en un tiempo en el que cantarle a la vida y a la libertad era una difícil, peligrosa y arriesgada aventura tanto para los cantantes como para quienes participábamos activamente en sus conciertos. Era realmente hermoso y emocionante percibir como por encima del espacio, la lengua, la nacionalidad y las creencias, escuchábamos aquellas canciones y nos sentíamos cómplices e identificados. Se trataba de canciones hechas voz en un lenguaje universal, el lenguaje sin límites ni fronteras de nuestra humanidad secuestrada que empezaba a liberarse.

Y, en tercer lugar, se trataba de una canción preñada en y para la solidaridad. Una canción en la que no cabían y desafinaban los individualismos, los guetos y los «ombliguismos», tan comunes hoy en la joven «canción de autor». Sabíamos que la estaca ya estaba bastante podrida y que si todos tirábamos fuerte, unos por el norte, otros por el sur, otros por el este y otros por el oeste, seguro que caería.


«Si estirem tots, ella caurà
i molt de temps no pot durar,
segur que tomba, tomba, tomba
ben corcada deu ser ja.
Si jo l'estiro fort per aquí
i tu l'estires fort per allà,
segur que tomba, tomba, tomba,
i ens podrem alliberar».

«Si tiramos fuerte, la haremos caer.
Ya no puede durar mucho tiempo.
Seguro que cae, cae, cae,
pues debe estar ya bien podrida.
Si yo tiro fuerte por aquí
y tú tiras fuerte por allí,
seguro que cae, cae, cae,
y podremos liberarnos».
(«L'estaca». Lluís Llac)

Razones y manifestaciones claras para la utopía y para la esperanza; rescate compartido, sin límites ni fronteras, de nuestra humanidad secuestrada; y solidaridad, ¡mucha solidaridad! ¿Cómo no iba iba a seducirme? ¿Cómo desvincular aquella realidad de mi vocación de maestro? 

"MI VIDA ENTRE CANCIONES". CAPÍTULO 9.

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Cuando tuve que abandonar el Junior y me quedé en la calle sin saber qué hacer de mi vida, mi familia, sobre todo mi madre, me recomendó que me presentara a unas oposiciones que acababa de convocar el Banco de España, no recuerdo muy bien para qué tipo de trabajo.

Yo, preocupado en aquel momento por el futuro, a sabiendas de que aquella propuesta no me interesaba nada, les hice caso y me presenté en la Central del Banco, que sigue estando en Cibeles, para que me informaran y me dieran el papeleo necesario para realizar los trámites burocráticos previos a opositar.

Recuerdo que tuve que hacer una cola muy larga y que, cuando llegué por fin a la ventanilla, una señorita, harta ya de repetir lo mismo un montón de veces al día, decidió no dirigirme la palabra, se limitó a darme un sobre repleto de papeles y a exclamar: «¡El siguiente!».

Ya fuera del Banco (hacía un día maravilloso) y sin abrir el sobre, subí hacia la Puerta de Alcalá donde me esperaba Tonona, que estaba pasando unos días en Madrid. Nos sentamos en uno de nuestros chiringuitos preferidos del Retiro, pedimos una cerveza y creo que, al mirarnos, pensamos lo mismo: «¿Qué hace un tipo como tú con un sobre lleno de papeles para opositar a "no sé qué" en el Banco de España?». Conclusión: el sobre sin abrir quedó abandonado en una papelera y nosotros nos buscamos un banco de los otros que no estuviera muy visible para hartarnos a besos. La decisión estaba tomada. Estudiar Magisterio, que era lo que de verdad me gustaba.


Me matriculé y empecé a estudiar en la Escuela de Magisterio Pablo Montesinos en septiembre de 1967. Fueron tres años de estudio inolvidables, no tanto por lo que aprendí en las clases, que también, sino por lo mucho, muchísimo, que pude leer e investigar a través de la bibliografía que se nos recomendaba en cada asignatura y la que yo mismo me buscaba. Tres años de estudio que concluyeron el 2l de julio de 1970 según figura en mi Título de Maestro de Primera Enseñanza ratificado, ni más ni menos, que por S. E. el Jefe de Estado Español. 

Acabé la carrera con Sobresaliente y muchas ganas y necesidad de ponerme a trabajar. Y con un montón de amigos de quienes lamentablemente he perdido la pista.

De aquellos tres años en la escuela de Magisterio tengo muchísimos y muy buenos recuerdos; así como numerosas experiencias de aprendizaje que luego han sido fundamentales en mi vida. De entre todas hay una que en este momento me parece imprescindible recordar, ya comprenderéis el motivo.

Un día, en clase de Pedagogía General, la profesora Paz Ramos (por cierto, maravillosa e inolvidable) nos sugirió la lectura del libro Amor y pedagogía de Don Miguel de Unamuno. La propuesta me encantó porque hacía bastante tiempo que admiraba mucho a Don Miguel. Hubo una época, estando todavía en Jaén, en que me compré y leí varias de sus obras publicadas en la magnífica colección Austral de Espasa Calpe. 

Por aquella época tenía la costumbre de subrayar en los libros las frases o los párrafos que más me impactaban o llamaban mi atención. Lo hacía con bolígrafo azul o rojo, según la intensidad del impacto; por supuesto, el rojo lo utilizaba en los textos que me producían mayor emoción o con los que me sentía más identificado.

Pues bien, aprovechando la sugerencia de la profesora, antes de comprarme el libro que nos había recomendado, busqué entre mi pequeña biblioteca personal las obras de Miguel Unamuno que viajaron conmigo de Jaén a Madrid. Entre ellas encontré un libro que me llamó la atención porque estaba más deteriorado que los demás. Evidenciaba las huellas y las consecuencias de haber sido más leído y manoseado que los otros. Se trataba de Almas de jóvenes (1958), que recoge ocho ensayos de Unamuno.

Me sorprendió que el libro lo tuviera tan subrayado, sobre todo el ensayo «Los naturales y los espirituales». ¡Subrayado y en rojo!, de lo que deduzco que la primera vez que que lo leí, calculo que a principios de los sesenta, debió de causarme una gran impresión.

Volví a leer aquel ensayo fijándome especialmente en los textos subrayados y me di cuenta de que no solo seguía identificándome con ellos, sino que incluso había algunas expresiones y afirmaciones del gran filósofo que, pasados los años, tenían incluso una mayor significación para mí, sobre todo en aquel momento en que buscaba y empezaba a encontrar la relación necesaria entre la «canción de autor» y la pedagogía.

Estos son tres de aquellos textos subrayados:

«Hasta las más elevadas hipótesis de la ciencia y de los intelectuales hay que hacerlas poesía, que es el alimento que recibe el pueblo, no hay doctrina que se asimile mientras no se haga poética».

«Debemos todos abrirnos ante el pueblo el pecho del alma, desgarrarnos las vestiduras espirituales, y mostrándole nuestras entrañas decirle: “He aquí el hombre”. Y el pueblo que se eduque a ver hombres acabará por buscarse, zahondar en sus entrañas espirituales, descubrir en ellas la fuente de la vida, y decir a los demás pueblos: "¡He aquí el pueblo!”».

«El pueblo necesita que le canten, que le rían y que le lloren mucho más que el que le enseñen».

¡Totalmente de acuerdo! Ya lo creía entonces y hoy en día mucho más. «El pueblo necesita que le CANTEN mucho más que el que le enseñen». Breve pero genial e inolvidable lección magistral de Don Miguel de Unamuno.

Mientras tanto, entre 1967 y 1970, la «canción de autor» seguía naciendo y extendiéndose por todos los rincones de nuestro país sin que nada ni nadie pudiera detenerla, o sea, burlando hábil y descaradamente a la censura.

El 24 de marzo de 1968, en Galicia, ADE (Asociación Democrática de Estudiantes), apoyada por algunos profesores y catedráticos universitarios, tomó la iniciativa de organizar un primer recital de «canción gallega» en la Escuela de Peritos Agrícolas de Lugo en el que iban a actuar dos jovencísimos cantautores: Benedicto y Xavier González del Valle. El recital no pudo celebrarse porque, aun habiendo sido previamente autorizado, fue prohibido por el gobernador civil una hora antes de iniciarse.

Aquella inexplicable suspensión se convirtió en una especie de reto que desencadenó una mayor y cada vez más urgente necesidad de cantar en gallego. Justamente un mes después, el 26 de abril, se organizó un nuevo recital en la Facultad de Medicina de la Universidad de Santiago que sí pudo celebrarse y en el que actuaron, además de Benedicto y Xavier, Xerardo Moscoso, Vicente Araguas, Guillermo Roxo y el poeta Alfredo Conde. A partir de ahí surgió el nacimiento del colectivo de cantautores «Voces Ceibes» al que se unieron, entre otros, Suso Vaamonde, Miro Casabella y Bibiano. 


En esa misma línea de creación poética y musical surgieron también otras voces como las de Xoan Rubia o Jei Noguerol. Imposible olvidar a Andrés do Barro que, en otro contexto, grabó en 1969 su primer single con cuatro canciones interpretadas en gallego.

Ese mismo año, 1968, el poeta Juan de Loxa fundó en Granada el colectivo «Manifiesto Canción del Sur» integrado por Antonio Mata, Carlos Cano, Esteban Valdivieso, Nande Ferrer (Antonio Fernández Ferrer), Enrique Morataya, Ángel Luis Luque, Juan Titos, Pascual Pérez de Chaparro, José María Agüí, Miguel Ángel González, Raúl Alcover y Aurora Moreno. Colectivo sureño que se presentó oficialmente en el Aula Magna de la Facultad de Medicina de Granada el 14 de febrero de 1969.


A su vez, en Sevilla, Gonzalo García Pelayo y Gualberto García fundaron Smash, una banda de rock progresivo, y crearon el llamado «Manifiesto del borde», definido por el crítico Jesús Ordovás en su obra Historia de la música pop española (Alianza, 1987)como «el primer documento escrito en el que un grupo de rock español se plantea el hacer música como algo unido indisolublemente a una visión del mundo y a una forma de vida. […] La diversión no es el cachondeo, sino la bronca que te pega la belleza».

Simultáneamente, en la Universidad de La Laguna (Tenerife) se organizaron, dentro del programa de actividades culturales universitarias, los llamados «recitales de poesía y canciones», de los que surgió en 1970 el colectivo canario «Pueblo, Palabra y Canción» en el que participaron, entre otros, Juan Carlos Senante, Julio Fajardo, Pepe Paco, Suso Junco, Manuel Luis Medina y grupos como Taburiente, Canto 7, Magna 12, Chácara, o Pluma y Voz.

También en 1968 José Antonio Labordeta, aragonés, grabó su primer single en la empresa discográfica Fidias-Edumsa con el sello Andros; un disco que incluyó cuatro de sus primeras canciones: «Réquiem por un pequeño burgués», «Los leñeras», «Los masoveros» y «Las arcillas». Esta grabación que pasaría prácticamente inadvertida hasta su reaparición en 1971, incorporada al libro de José AntonioCantar y callar, pórtico de lo que inmediatamente iba a originar el nacimiento de una «nueva canción aragonesa» a la que, junto a Labordeta, se incorporaron, entre otros, Tomás Bosque, Joaquín Carbonell, Ana Martín y Valentín Mairal.


En esos mismos años, Joan Manuel Serrat decidió empezar a cantar en castellano, sin dejar de hacerlo también en catalán, y publicó su LP dedicado a Antonio Machado. Mientras Lluís Llach nos ofrecía un álbum recopilatorio de sus primeros éxitos en catalán. También grabaron sus primeros discos Maria del Mar Bonet, Quico Pi de la Serra, Guillermina Motta, Ovidi Montllor, Enric Barbat, Rafael Subirach, Delfí Abella, Dolores Laffitte, Pau Riba, Jaume Arnella y Xabier Ribalta. En el País Vasco lo hicieron Mikel Laboa, Benito Lertxundi, Lourdes Irionso, Xavier Lete e Imanol. Los nuevos cantautores gallegos nos ofrecieron sus primeras grabaciones con el sello discográfico Xistral, de Edigsa, y se grabó y editó en Venezuela el disco Galicia Canta con Benedicto, Xerardo Moscoso, Miro Casabella Guillermo Roxo, Xoan Rubia, Xurxo Formoso y la colaboración de Celso Emilio Ferreiro. Aute publicó Diálogos de Rodrigo y Ximena y sus 24 canciones breves, Patxi Andión nos compartió sus Retratos y Manolo Díaz, tras grabar sus primeros discos, lanzó junto a José Antonio Muñoz al grupo Aguaviva con su primer LP Cada vez más cerca. Aparecieron las maravillosas Vainica Doble, los primeros singles de Pablo Guerrero, que había llegado a Madrid procedente de Extremadura, y las primeras canciones de Víctor Manuel llegadas de Asturias. Grabaron Hilario Camacho, Elisa Serna, Adolfo Celdrán y surgió el grupo Almas Humildes, liderado por Antonio Resines. Moncho Alpuente apareció con su grupo Las Madres del Cordero y nos sorprendió muy gratamente con el espectáculo Castañuela 70. Por su parte, Ismael y Paco Ibáñez seguían en el exilio cantando a nuestros poetas.

Y yo en Madrid, estudiando Magisterio, informándome y empapándome de todo ese «nuevo cantar» naciente, empezando a tener mi primera colección de vinilos y, ya en aquel momento, totalmente convencido de lo que, años después, escribiría Manuel Vázquez Montalbán en el prólogo de uno de mis libros: que la «canción de autor» es «paisaje de un tiempo, huella de quienes la cantaron y fotografía de los suspiros tolerados y prohibidos de una sociedad».

"MI VIDA ENTRE CANCIONES". CAPÍTULO 10

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Ya con el título de maestro, Carmina Pascual, gran amiga y directora del colegio madrileño Aula Nueva en el que ya había colaborado como auxiliar en 1967, me ofreció trabajo y, por supuesto, acepté. Pero, en realidad, tendrían que pasar casi tres años para que pudiese empezar a dar clase de forma estable y definitiva. Como todos los «españolitos» varones, tenía que hacer la mili (¡me niego a llamarlo servicio militar!) que en aquel momento duraba dos años, era obligatoria y resultaba una absoluta pérdida de tiempo, sobre todo para personas como yo que, desde muy pequeño, he rechazado la violencia, he odiado las guerras y las armas y, en ese sentido, he adquirido una clara y definitiva vocación de desertor y antimilitarista.

Teniendo en cuenta aquella circunstancia, empecé a dar clases en Aula Nueva en el curso 1970-1971, consciente de que al curso siguiente, después de solicitar y agotar todas las prórrogas posibles, no me iba a quedar más remedio que regalar dos años de mi vida a los militares. Menos mal que, como después contaré, trampeé la situación como pude y conseguí que aquel tiempo llegara a ser bastante más útil y hasta más apasionante de lo que podía haberme imaginado.

El 6 de abril de 1971, aprovechando las vacaciones de Semana Santa, Tonona y yo decidimos casarnos y lo hicimos en Tenerife. Ese mismo día nos volvimos a Madrid y celebramos la noche de bodas en casa de mi madre aprovechando que ella, que fue la madrina, se había quedado a pasar unos días más en Tenerife. 

No hicimos viaje de novios, en primer lugar porque no teníamos dinero y, en segundo, porque habíamos alquilado un mini piso vacío justo al lado del de mi madre y teníamos que amueblarlo y acondicionarlo a ser posible antes de que yo tuviera que volver al colegio.

Jamás olvidaré aquel piso de la calle Quintiliano. Pasamos estrecheces, tuvimos mucho frío y vivimos mucho amor. Decidimos tener hijos pronto y en los ocho años que vivimos en aquella casa nacieron tres: Fernando, Javier y Maite (Dácil, la cuarta, nació poco después en un piso un poquito más grande que alquilamos en la calle Gómez Ulla).

Este ha sido mi equipo.

Tonona, que era aparejadora, aunque lo intentó, no logró encontrar trabajo. Por aquel tiempo, trabajar de aparejadora en Madrid, y recién casada, era prácticamente imposible. Por otra parte, ella había optado libremente, con una desbordante ternura y generosidad, por hacerse responsable directa de la crianza y la educación de nuestros hijos; tarea que, como todas las demás, procuramos compartir. Fue una experiencia que siempre que recuerdo me evoca la canción «Nos ocupamos del mar», de Javier y Jorge Krahe que justo descubrimos por aquel entonces, concretamente en 1973, interpretada por Rosa León en su primer LP, De alguna manera: «Nos ocupamos del mar / y tenemos dividida la tarea; / ella cuida de las olas / yo vigilo la marea / […] Todas las cosas tratamos / según es nuestro talante. / Yo lo que tiene importancia / ella todo lo importante. / Es cansado / por eso al llegar la noche / ella descansa a mi lado / mis manos en su costado».

Aquella primera casa, en Quintiliano, y años después la que alquilamos en Gómez Ulla, llegó a parecer, como decía Indio Juan, la «casa del cantautor». Recuerdo momentos, tenderetes, risas, canciones, conspiraciones, proyectos y charlas hasta altas horas de la madrugada con Olga Manzano y Manuel Picón, Hilario Camacho y Jean Pierre Torlois, Taburientes, Los Juglares, Los Calis, Claudina y Alberto Gambino, Moncho Alpuente, Pepe Menese, Carlos Cano, Caco Senante, Quintín, Ricardo Cantalapiedra, o, muy en particular, con nuestros muy queridos Amparo Gastón y Gabriel Celaya (Tonona y yo éramos como sus hijos).


El 15 de julio de 1971 llegó el momento temido, uno de esos momentos de mi vida que recuerdo con más rabia e impotencia. Tenía que presentarme por la mañana temprano en el C.I.R. (Centro de Instrucción de Reclutas) número 1 para empezar aquella mili que, para empezar, consistía en estar encerrado más de dos meses, soportar por narices un «machismo ibérico» de pata negra, doblegarte a una disciplina militar que tenía como objetivo anular la personalidad, aprender a usar las malditas y repugnantes armas y preparar, durante horas y horas, ese acto patriótico ridículo y absurdo de la jura de bandera.

Tonona estaba embarazada de nuestro primer hijo y decidimos que durante aquellos meses de acuartelamiento en los que difícilmente nos podríamos ver (las visitas dominicales al C.I.R. eran patéticas), se marcharía con sus padres a Tenerife.

Recuerdo perfectamente aquel día 15 de julio. El viaje en tren hasta Comenar Viejo. La llegada masiva de muchachos al campamento, la mayoría mucho más jóvenes que yo, cada uno con su macuto. Unos soldaduchos agresivos que nos daban órdenes y nos gritaban sin saber el motivo. Largas horas esperando no se sabía qué y tirados por el suelo. Un tipejo con galones que pasó por mi lado y me dijo: «Levántese, póngase firme y salude. Pa' que se vaya acostumbrando!». Y yo lloraba. 

Sí, lloraba de soledad, de rebeldía ante lo absurdo y de añoranza. ¡Qué difícil se me hacía pensar en Tonona tan lejos y en el hijo que ya empezábamos a sentir tan cerca! ¡Me buscaba las alas y no me las encontraba por ninguna parte!

Mi cartilla militar.

Durante varios días tomé la decisión de autoanularme y refugiarme, siempre que me fue posible, en el radiocasete con el que escuchaba las cintas que me había grabado previamente en casa temiéndome lo que podría ocurrir. ¡Cuánto me ayudaron, sin saberlo, Lluís Llach, Aguaviva, Humet, Aldolfo Celdrán, Serrat, Morente, Maria del Mar Bonet, Víctor y Vainica Doble! ¡Qué bien me habría venido tener en aquel momento la grabación de la canción «Un, dos, tres, cuatro» que Javier Álvarez interpretó y grabó en su primer disco publicado en 1995!).

Finalmente, pasada una semana, tomé una decisión. ¡Ya estaba bien! Tenía que alzar el vuelo y escaquearme como fuera de las horas de instrucción, de las teorías guerreras, de los pasos ligeros y de las interminables horas en el puesto de guardia. Lo pensé un buen rato y, de repente, se me ocurrió una posible estrategia para conseguirlo. 

Estaba sentado frente a mi barracón y me di cuenta de que sobre la puerta de entrada había un gran espacio de pared completamente en blanco. Así que, sin pensarlo mucho, fui directamente al despacho del capitán de mi unidad (creo que así se llamaba) y le comenté que estaría muy bien pintar un gran tanque en aquel muro; seguro que sería un puntazo para el día de la jura de bandera y la visita del capitán general. A aquel patriotazo le pareció una idea genial. Por supuesto, le dije inmediatamente que yo podía ocuparme de ello. Afirmación totalmente gratuita y arriesgada porque, en realidad, no tenía ni idea de como dibujar un tanque, y mucho menos a tamaño gigante y en una pared. No había pintado un tanque en mi vida. «Lo que pasa», le comenté, «es que hay que poner un andamio. La pared es grande y tardaré en hacerlo». ¡Sin problema! Llamó al sargento y le dijo: «Que se ponga ahí un andamio ahora mismo y que el recluta Lucini empiece cuanto antes a pintar el tanque». Para realizar aquella misión me dieron de baja de la instrucción, de las teóricas, de las guardias y hasta de la cocina, ¡y a pintar!

Aquella misma noche pensé que haría el dibujo utilizando el sistema de cuadricular lo más posible la ilustración de un tanque tomada de un libro, reproducir la cuadrícula en la pared y después, despacito (había que alargar el proceso lo más posible), ir copiando, primero a lápiz y luego con un pincel, lo que se veía en cada recuadro. Me instalaron el andamio, me puse a pintar, me salió sorprendentemente bien, me felicitaron e, incluso, cuando lo terminé, hasta conseguí un permiso especial de fin de semana.

Por otra parte, le hice saber al capitán que yo era maestro. Así que por las tardes empecé a darle clases a un compañero recluta, albañil de profesión, que era analfabeto integral. En aquel tiempo, el analfabetismo existía ¡y de qué manera! Recuerdo que conseguí enseñarle a leer y a escribir en dos meses utilizando un método, o mejor una estrategia, que tuve que improvisar. 

Empecé leyéndole, a petición suya, las cartas que cada semana le mandaba su novia y escribiéndole las respuestas que él mismo me dictaba. Pasados unos días, le hice sentir que aquella correspondencia era en realidad algo muy íntimo y le propuse que, aprovechando que lo de las cartas era una necesidad y una gran motivación para él, podría intentar enseñarle a leer y a escribir y, así conseguir que pudiera comunicarse con su novia en privado y sin necesitarme. Recuerdo que las dos primeras palabras que le enseñé a leer y a escribir fueron «te amo». Al final, Rafa consiguió escribir cartas muy simples y repletas de faltas de ortografía, pero os aseguro que rebosantes de cariño y agradecimiento. Después del campamento estuvimos en contacto un tiempo. Hoy no sé que habrá sido de él. Me haría muy feliz volver a encontrarle.

El último episodio de mi pasada por Colmenar Viejo que me apetece compartir es la forma en que me fue otorgado un atributo personal que figura en mi expediente militar y del que me siento muy orgulloso: «Inútil en lanzamiento de granadas». 

"¡Un, dos, tres...!" Jurando bandera por narices y, por supuesto,
maldiciendo la guerra, las armas y la violencia. Eso sí, conseguí
que me otorgaran el atributo de: "Inútil en lanzamiento de granadas".

El caso es que durante la mili, cuando nos llevaban a hacer prácticas de tiro y había que hacer pruebas de lanzamiento de granada, yo las lanzaba de tal forma que su trayectoria era muy corta y tenía tan poco alcance que acababa siendo una verdadera amenaza no para el enemigo, sino para los propios atacantes. Me hicieron repetir el lanzamiento no sé cuantas veces y ¡nada! Aquello me producía tanta repugnancia que cada vez procuraba hacerlo peor, con menos energía y menos impulso. Al final el sargento me dijo: «¡Eres un inútil!». Y ante el riesgo que podía provocar mi inutilidad en caso de guerra, decidieron que eso quedara inscrito en mi expediente. ¡Bendita inutilidad!

El 30 de septiembre de 1971, tras la jura de bandera, finalizó mi instrucción militar en Colmenar y me trasladaron a la Escuela Politécnica Superior del Ejército, en Madrid, donde conseguí trabajar por las mañanas de secretario de un nuevo capitán. Dada mi condición de casado y a la espera de un hijo, conseguí que me concedieran el pase pernocta, que era un permiso especial para pasar las tardes y las noches fuera del cuartel, menos cuando me tocaba padecer aquellas interminables horas en el puesto de guardia.

Tonona volvió de Tenerife y reemprendimos la vida juntos manteniéndonos de lo que me pagaban en el colegio por las horas que iba por la tarde, y dando, los dos, clases particulares. Por las noches empezamos a ir a algunos conciertos en los que conocimos personalmente a Elisa Serna, Pablo Guerrero, Luis Pastor (que ya vivía en Vallecas), Ricardo Cantalapiedra, Ana Belén, Víctor, Gerena y Aute.

El 25 de marzo de 1972 nació nuestro primer hijo, Fernando. Y, felizmente, el 15 de julio de 1973, acabé la mili y pasé oficialmente a la reserva. Aquel día pensé, lo recuerdo muy bien: «¡A la mierda! ¡A mí no me volvéis a pillar ni loco!».


Mientras tanto, Carlos Cano, en representación del colectivo sureño «Manifiesto Canción del Sur», participó en el Primer Homenaje Mundial de la UNESCO a Federico García Lorca, celebrado en París el 14 de diciembre de 1972. Homenaje en el que, además de Carlos, participaron Amancio Prada, Enrique Morente, Manuel Gerena, Manuel Cano, Francis Bebey (de Camerún) y Drahomira Biligova (pianista nacida en Bratislava).

Carlos Cano, diciembre de 1972, en París.

"MI VIDA ENTRE CANCIONES". CAPÍTULO 11.

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Si como decía Don Miguel de Unamuno, y yo siempre lo he creído, «el pueblo necesita que le canten, que le rían y que le lloren mucho más que el que le enseñen», evidentemente uno de los primeros retos que se me plantearon como maestro, una vez que al fin, terminada la mili, pude iniciar con tranquilidad el curso 1974 - 1975 en Aula Nueva, fue incorporar la "canción de autor" en mis clases, o sea, integrarla, siempre que fuera posible y sin forzarlo, en los procesos de enseñanza y aprendizaje que cotidianamente programaba.

Fue entonces cuando, trabajando con alumnos de 10 años, quinto de E.G.B., empecé a buscar y a seleccionar canciones que fui incorporando en mis clases de Lengua y Literatura, en Ciencias Sociales –entonces se le llamaba Conocimiento del Medio–, en Educación Artística y por supuesto en las clases de Religión y de Ética, que en algún momento, años después, se reforzaron con el área de Educación del Comportamiento Afectivo-Social, y, más recientemente, con la polémica, y para mí imprescindible, Educación para la Ciudadanía y los Derechos Humanos.

En aquel mismo curso escolar, y con planteamientos extraescolares, empecé también a trabajar con alumnos de secundaria la técnica del disco-forum; la creación de montajes audiovisuales, con diapositivas, a partir de los sentimientos suscitados y de las situaciones planteadas en determinadas canciones; y un seminario permanente sobre "canción de autor" centrado en la audición, análisis y disfrute de la obra de determinados cantautores (algunos totalmente desconocidos para quienes participaban en el seminario); y en el conocimiento y la interiorización de los planteamientos descritos o reflejados, a través de la "canción de autor", sobre experiencias o temas monográficos como la libertad, la solidaridad, el amor, la esperanza, la paz, el racismo, la pobreza, la emigración o la soledad.


Hoy en día, pasados más de cuarenta años, me resulta profundamente gratificante recibir, a través de las redes sociales, mensajes o correos de antiguos alumnos de los años setenta que todavía recuerdan aquellas clases y, que me aseguran, lo cuál me resulta muy emocionante, que fue en aquellos momentos, y a partir de entonces, cuando empezaron a descubrir este género al que llamamos "canción de autor" hacia el que, de alguna forma, continuaban sintiéndose interesados.

He de decir que en realidad, todas aquellas iniciativa pedagógicas no me fueron difíciles de emprender gracias a que, ya a mediados de los setenta, mi discoteca personal crecía por días con discos que me compraba siempre que podía, o que me empezaron a mandar algunas casas discográficas que tomaron la decisión empresarial de apoyar la "canción de autor", y que se sintieron interesadas por mi trabajo. (Hay que tener en cuenta que en aquel momento este tipo de canción tenía un mercado amplio que comercialmente resultaba rentable.)

Entre aquellas empresas discográficas estaban, por ejemplo, Edigsa, que continuaba editando prioritariamente a los grandes autores catalanes, y que creó los sellos Herri-Gogoa, para ediciones en euskera, y Xistral, para autores gallegos. (Jamás olvidaré a Cucha Salazar que, en aquel momento era la representante y el alma de Edigsa en Madrid, y que años más tarde creó, junto a Mario Pacheco, la magnífica discográfica Nuevos Medios).

Destacar especialmente también ¡como no! el trabajo discográfico que desarrollaron a mediados de los setenta dos empresas que fueron claves para la promoción y el desarrollo de la "canción de autor" en nuestro país: Movieplay y Ariola. Movieplay  con la creación del sello GONG, dirigido y producido por Gonzalo García Pelayo con las colaboraciones de Antonio Gómez y Julio Palacios; y Ariola con el sello PAUTA dirigido por Charo García (¡cuántos preciosos ratos compartidos!) con el asesoramiento de José Manuel Caballero Bonald. (En este momento, mirando hacia atrás y hacia adelante, tengo que citar también el trabajo y la sensibilidad de grandes hombres relacionados con el universo discográfico de la "canción de autor" como Alain Milhaud, Manolo Díaz o Manolo Domínguez.)


Entre los discos, atesorados en mi discoteca, que solía utilizar en las clases y en las actividades pedagógicas a lo largo de los años 1974 y 1975 estaban, por ejemplo, los siguientes: Cantar i callar y Tiempo de espera, de Labordeta. Silencio y 4444 veces por ejemplo, de Adolfo Celdrán. A pesar de todo y De paso, de Hilario Camacho. Los primeros LP's de Cecilia. A cántaros y En el Olympia, de Pablo Guerrero. 24 canciones breves, Rito y Espuma, de Aute. Cada vez más cerca, Apocalipsis y La casa de San Jamás, del grupo Aguaviva. Dame la mano, Todos tenemos un precio y Cómicos de Víctor Manuel. Con viento fresco, de Julia León.Nuestra Andalucía y Andalucía vive, de Jarcha. De alguna manera y Al alba, de Rosa León. Retratos, Once canciones entre paréntesis, Palabra por palabra o Como el viento del norte, de Patxi Andión. De oca en oca y canto porque me toca y En casa de la Maruja, de Ricardo Cantalapiedra. Heliotropo y el primer álbum de Vainica Doble. Desde Santurce a Bilbao blues band y Las madres del cordero, de Moncho Alpuente. Todo está muy negro (disco colectivo) y Fidelidad, de Luis Pastor. Tierra y Calle del Oso, de Ana Belén. Cantes del pueblo para el pueblo y Cantes andaluces de ahora, de Manuel Gerena. Homenaje flamenco a Miguel Hernández, de Enrique Morente. Desde Para piel de manzana a Ara que tinc vint anys, pasando por Miguel Hernández y Dedicado a Antonio Machado de Serrat. Ara i aquí, Com un arbre nu, A l'Olympia, I si canto trist y Viatje a Itaca, de Lluís Llach. De A l'Olympia a Qu`volem aquista gent, de Maria del Mar Bonet. De Campus de Bellaterra a Disc antològic de les seves cançons, de Raimon. Tot l'enyor de demà y Onze cançons amb esperança, de Xavier Ribalta. És tard, de Joan Isacc. Cançó de carrer, de Ramón Muntaner. De Salvat-Papasseit a Un entre tanta, de Ovidi Montllor. De A l'Olympia a Triat i garbellat, de Pi de la Serra. De Visca l'amor a Guillermotta en el país de las Guillerminas, de Guillermina Motta. Ahi ven o maio, de Luis Emilio Batallán. …Eta maita herria, üken dezadan plazera, Oro laño mee batek… y el primer LP de Benito Lertxundi.Bat-Hiru y Bertolt Brecht, de Mikel Laboa. Los primeros LP's de Xabier Lete y Lourdes Iriondo. Canto la poesía de mis compañeros, de Soledad Bravo. Fulgor y muerte de Joaquín Murieta y Caraballo mató a un gallo, de Manuel Picón y Olga Manzano. Aquí donde nos ven y Canciones de amor armado, de Claudina y Alberto Gambino. De Poemas y canciones a A mis amigos, de Alberto Cortez. Y los primeros discos que nos llegaron de Horacio Guarany, Facundo Cabral, Mereces Sosa, Víctor Jara, Atahualpa, Violeta Parra, Daniel Viglietti, Silvio Rodríguez o Pablo Milanés.

A todos aquellos discos se unían también los grabados fuera de España, o en el exilio.

Hondarribia.

los años setenta Tonona y yo, con los hijos, solíamos pasar todo el verano en Hondarribia (entonces le llamábamos Fuenterrabía), y aprovechando que teníamos muy cerca la frontera con Francia solíamos pasar a Hendaya, por Irún, para comprar aquellos discos que en nuestro país estaban totalmente prohibidos. A veces incluso nos desplazábamos hasta Biarritz para conseguirlos. Encontrarlos y comprarlos era fácil, lo peor era luego colarlos por la frontera. Al final, acudiendo a todo tipo de triquiñuelas (como cambiarles sus fundas por otras de Sara Montiel o de Julio Iglesias; o esconderlos furtivamente debajo de las alfombrillas de los coches) siempre conseguíamos pasarlos.

Entre aquellos discos del exilio logré incorporar a mi discoteca, entre otros, la serie España de hoy y siempre. Los unos por los otros, de Paco Ibáñez; Canciones de la resistencia española, de Chicho Sánchez Ferlosio; Vida e morte, de Amancio Prada;Quejido, de Elisa Serna; Canciones de España y de América Latina, de Carmela; Canciones del pueblo. Canciones de Rey y Aprés le silence, de Ismael; La guerra civil española y Miguel Hernández, de Paco Curto; Orain borronean y Herriak ez du barkatuko, de Imanol; Chansons de Lorca, de Mara; Manifiesto y Volver, no es volver atrás, de Pedro Faura (seudónimo de Bernardo Fuster); Guanyarem, Ganaremos, de Joan & José; El hombre nuevo cantando, de Pedro Ávila; y los discos colectivos Galicia canta (LP grabado en Venezuela en 1970 con la participación de Benedicto, Xavier González del Valle, Xerardo Moscoso, Miro Casabella, Guillermo Rojo, Xoán Rubia, y Xulio Formoso), Contra la muerte. Espagne en marche (grabado en París, en 1974, por Elisa Serna, Imanol y Michel Arbatz), y Cerca de mañana (LP editado Francia en 1972 el que participaron Benedicto, Imanol Larzabal, Pablo Guerrero, Adolfo Celdrán, Julia León, Elisa Serna, Lluís Llach, Bibiano, Suso Vaamonde, Xavier Ribalta, Luis Mendo y Emilio Martínez.)

Gracias a la celebración del seminario permanente sobre "canción de autor", al que antes hacía referencia, y a través de uno de sus participantes, tuve la oportunidad de entrar en contacto con Demetrio González, director del ICCE (Instituto Calasanz de Ciencias de la Educación) que estaba situado en la calle Eraso 3 de Madrid; centro que tenía, entre una de sus prioridades, la realización de cursos y actividades enfocadas a la formación del profesorado. 

Tras varias conversaciones con Demetrio y su equipo, acordamos poner en marcha mi colaboración con el objetivo de incorporar la música y la "canción de autor" en sus programas formativos.

A partir de aquel día empecé a colaborar en las revistas del ICCE, presentando y comentando determinados discos, e iniciamos un curso sobre el tema de "La música y la canción de autor en el aula" dirigido a profesoras y profesores de Secundario y Bachillerato.


De aquel primer curso, que fue realmente muy interesante, tengo un recuerdo que seguidamente voy a compartir porque creo que es muy significativo de lo que suponía la represión y la censura en aquel momento. Momento especialmente crítico (mayo de 1975) porque ya empezaban a circular noticias e informaciones de que Franco estaba muy enfermo y en estado muy grave.

Una tarde planteamos en el curso el tema de la "libertad" y su presencia en la "canción de autor". Hacía mucho calor, y teníamos las ventanas del aula abiertas de par en par. Estábamos escuchando, concretamente, el Canto a la libertad, de José Antonio Labordeta, cuando, de repente, entró en el aula el recepcionista del Centro con dos policías. Por lo vistos dichos policías estaban haciendo "la calle" por Eraso, escucharon que salía por nuestra ventana un canto –ellos nos dijeron "un grito"– a la "libertad", y decidieron que aquello era inadecuado y no estaba permitido. Por mucho que intenté explicarles quiénes éramos y lo que estábamos haciendo, no me hicieron ni caso. Nos mandaron desalojar el aula y, sin más ni más, me confiscaron todos los discos que ese día había llevado al curso. Nunca más volví a recuperarlos. Después intentaron que el curso se suspendiera y no lo consiguieron; al día siguiente lo continuamos celebrándolo en otra aula y ¡eso sí! con las ventanas cerradas.

Pocos meses después, el 20 de noviembre, murió Franco. Aquel día fuimos muchos los que nos creímos que por fin había llegado el momento de lo que, tan apasionadamente, nos anunciaba Labordeta: «Habrá un día en que todos al levantar la vista veremos una tierra que ponga libertad.»

"MI VIDA ENTRE CANCIONES". CAPÍTULO 12.

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En el ICCE se editaban varias revistas y una colección de libros llamada Educación 96 en la que, poco antes de que yo me incorporara como colaborador, había publicado uno de sus títulos Ricardo Cantalapiedra, concretamente Música pop y juventud. Libro que en muy pocos meses tuvo que ser reeditado.


Ricardo Cantalapiedra, nacido en León, era en aquel momento un magnífico y muy popular cantautor que, como tantos otros jóvenes democráticos y antifranquistas, había surgido de las llamadas "comunidades cristianas de base". Personalmente le conocí y entablamos una buena amistad coincidiendo con el inicio de mi colaboración en el ICCE. En aquel momento Ricardo había publicado varios discos de gran calidad en los que se fundían una tremenda sensibilidad hacia los valores y los derechos humanos, con una directa y muy lúcida capacidad crítica traducida musical y literariamente dentro del género de la sátira. Entre esos discos merece la pena destacar, y no olvidar, tres: El profeta (1972), De oca en oca y canto porque me toca (1973) y En casa de la Maruja (1975).


Hablando una tarde con Ricardo y con la persona que dirigía la colección Educación 96, me propusieron que escribiera un libro recogiendo mis puntos de vista sobre la relación entre la "canción de autor" y la pedagogía, y sobre las técnicas y experiencias que en ese sentido estaba trabajando con niños, jóvenes y educadores. 

No me lo pensé mucho y les dije que sí, ¡que adelante! Inmediatamente me puse a pensar y a ordenar los contenidos que podría tener aquel libro, y en poco más de dos meses lo tuve terminado y entregado. Le llamé Nueva Canción: Disco-forum y otras técnicas

Nada más terminar de escribir aquel libro sentí la necesidad de dedicárselo a los cantautores y cantautoras que, en aquel momento, tanto me habían acompañado con sus canciones, y que tanto me habían hecho sentir. Aquella dedicatoria decía así: «A la autenticidad, a la lucha por la verdad, por la libertad y el amor, a Elisa Serna y Labordeta, a Víctor Manuel y a Ana, a Adolfo Celdrán y Gerena, a Cantalapiedra y a Luis Pastor, a María del Mar Bonet y a Paco Ibáñez, a Pablo Guerrero y a Pi de la Serra, a Lluís Llach y a Amancio Prada, a Aute y a Hilario Camacho, a Raimon y a Rosa León y a tantos otros que hoy "son canto y mañana serán vida", con mi fe, compartida con muchos, en su autenticidad y su lucha siempre adelante.»

El libro (hoy difícil de encontrar) lo dividí en tres partes: La primera, más teórica, presentando la relación que debería existir y establecerse en las programaciones escolares entre la canción y la pedagogía. La segunda la dediqué a ofrecer algunas técnicas, o recursos didácticos, para trabajar en ese sentido en las aulas o con planteamientos extraescolares. Y la tercera parte, dedicada a ofrecer una selección de discos y de canciones, agrupadas por temas, que podrían ser escuchadas y trabajadas a través de las técnicas o recursos propuestos.


Hoy, cuarenta años después, al reencontrándome con aquel libro, me encanta constatar que en su tercera parte ya ofrecí entonces una inicial selección de canciones agrupadas por temas, que, en realidad, fue el antecedente (en aquel momento impensable para mí) de lo que en 1984 sería la base de los cuatro volúmenes que escribir con el título genérico de Veinte años de canción en España (1963-1983) y a los que haré referencia más adelante. 

De la misma forma, a través de este reencuentro con mi primer libro, he descubierto (lo tenía olvidado) que concluye con una selección discográfica sobre el flamenco que le solicité a José María Velázquez Gaztelu, prestigioso flamencólogo con el que sigo teniendo una buena amistad. (Siempre he destacado, y lo seguiré haciendo, las muchas y muy hermosas incursiones que han realizado los grandes cantaores y cantaoras flamencas en el universo de la "canción de autor": El Cabrero, Gerena, Morente, Menese, Camarón, José y Vicente Soto, Diego Clavel, Luis Marín, Carmen Linares, Mayte Martín, Miguel López, Calixto Sánchez, El Lebrijano, Niño de Elche, Miguel Poveda, Fraskito y un largo etcétera.)

Nueva Canción: Disco-forum y otras técnicas., lo presentamos en diciembre de 1975, en una de las aulas del ICCE, apadrinado por Ricardo Cantalapiedra, Víctor Manuel San José y Ana Belén. Recuerdo que también participaron en el acto Patxi Andión y el dúo Los Juglares, integrado por Ángeles Ruibal y Sergio Aschero. (Por cierto, al mes siguiente, organicé un concierto de Los Juglares, en el ICCE, en el que nos presentaron su disco Está despuntando el alba, dedicado íntegramente a la poesía de Miguel Hernández.)

Asociadas a la publicación de este primer libro hay dos anécdotas que me gustaría compartir:

Estaba ya el original del libro en imprenta y a punto de publicarse, cuando una noche Tonona y yo acudimos a uno de los conciertos de Amancio Prada en el Pequeño Teatro (TEI) de la calle Magallanes, de Madrid, donde presentó su disco Vida e morte (1974), editado inicialmente en Francia por la discográfica La Boîte à musique. 



A mi, la voz, la presencia, la música y las canciones de Amancio, por lo que hasta entonces había escuchado, me gustaban muchísimo. Aquel día, durante el concierto me dejó sencillamente fascinado; tanto, que a la salida pude hacerme con una fotografía suya tocando la guitarra y pensé que esa, y no otra, tenía que ser la que ocupara la portada de mi libro. 

A la mañana siguiente llamé muy temprano a la imprenta para solicitarles por favor que retiraran, si fuera posible, la cubierta que les había mandado, para sustituirla por un nueva, que iba a hacerles llegar, en la que había decidido cambiar la imagen. Me pusieron todo tipo de pegas para hacerlo, pero al final lo aceptaron, eso sí, haciéndome saber que ese parón supondría un retraso en la salida del libro. No me importó, merecía la pena. 

Hace unos días me comentaba Amancio que tras aquellos conciertos en el Pequeño Teatro decidió trasladarse a vivir a Segovia, y que estando allí alguien, que no recuerda, le llevó mi libro. «Me sorprendió muchísimo. Me asombró que alguien reparara en mi hasta ese punto de ponerme en la portada de su libro.» Evidentemente para mi, aquel gesto, en aquel momento, era imprescindible.

La segunda anécdota que me apetece compartir ocurrió poco después. El día 19 de noviembre de 1975, por la mañana, me llamaron del ICCE para decirme que a media tarde tendría los primeros ejemplares de mi libro y que, si quería, pasara a recogerlos. Llegada la tarde me fui para allá todo nervioso. Fue muy emocionante. Lo recuerdo bien: tocar, ver, oler y pasar las páginas de uno de aquellos libros (mi primer libro) me produjo un placer inmenso. Y allí, en la cubierta, estaba, por fin, la imagen de Amancio Prada retocada en amarillo.

Regresé a casa, lo celebramos, y al día siguiente me desperté muy temprano. Era 20 de noviembre. Tenía muchas ganas de enseñarle el nuevo libro a mis amigos y alumnos. Y, mira por donde, ¡que casualidad!, antes de salir de casa nos llegó, primero el rumor, y enseguida la confirmación, de que Francisco Franco había muerto. 


Ante la noticia no lo dudé ni un momento, me fui a Aula Nueva (donde se decidió suspender las clases) con mis libros debajo del brazo y al medio día, durante la comida fundimos, con un brindis, una doble celebración: la salida del libro y el que aquel día podría ser el final de una cruel dictadura. Fue una coincidencia que nunca he olvidado.

Sobre el libro Nueva Canción: Disco-forum y otras técnicas se publicaron varias reseñas en prensa y en revistas pedagógicas, que me hicieron muy feliz. Siempre es una alegría que se reconozca y se valore tu trabajo. De aquellas reseñaS voy a reproducir, seguidamente, tres fragmentos:

«Dentro del apasionante mundo de la música, en estos momentos más que en ningún otro, está naciendo en nuestro país, con una fuerza auténticamente imparable, el fenómeno de la nueva canción popular. La canción que se hace postura frente a las inquietudes, esperanzas, aspiraciones, búsquedas y problemas del pueblo y de los hombres que viven en él. Una canción, que rompiendo con el comercialismo y los fáciles textos y arreglos musicales, se hace grito y portavoz de una realidad que a todos nos interpela e implica: nuestra propia realidad más existencial, nuestra propia vida.

Se trata, en síntesis, del nacimiento de un nuevo lenguaje, de una nueva forma extraordinariamente bella y comprometida de expresión, que crea un cauce también nuevo de comunicación popular. Un nuevo cauce sencillo y espontáneo a partir del cual el hombre puede no sólo autoeducarse, sino incluso llegar a un encuentro consigo mismo y con lo que está latiendo de una forma más o menos consciente en su intimidad.

Paralelamente a ese fenómeno sociocultural y en torno a él, están surgiendo secciones especializadas en revistas y periódicos, así como diferentes obras que lo abordan en uno u otro sentido. Una de esas obras es el libro "Nueva canción: Disco-forum y otras técnicas", de Fernando González Lucini.» (Revista Yelda. Diciembre 1976.)

«Educación y música pop son dos términos que han parecido, y aún parecen, antagónicos a muchos […]. Trabajos como el que reseñamos de Fernando González Lucini puede hacer que se desmorone esa opinión, porque a lo largo de esta breve y concisa obra abre perspectivas inéditas a los educadores para el empleo de esta música con fines formativos.

Y son los Labordeta y Llach, los Celdrán y Aute, las Serna y Bonet y toda esa larga serie de cantantes que se han planteado su oficio con unas miras distintas de las listas de éxito, quienes aparecen continuamente. Fernando González Lucini logra así desdoblar su libro en obra imprescindible para educadores conscientes del lenguaje que emplea el joven de hoy, y en guía valiosa para quienes pretenden adentrarse en un tipo de música que la mayor parte de las veces debe emplear medios paralelos de difusión, por las dificultades que encuentran en los cauces normales.» (José Ramón Pardo. "Blanco y negro". 17 de enero de 1976.)

«Los pueblos (nuestros pueblos de España) van a cantar en vasco o en gallego, en catalán o en castellano. […] Si los políticos entendieran de música y juventud, si leyeran, pongamos (es un poner), tu capítulo "la canción y la música, experiencia y medio de comunicación interjuvenil", a lo mejor un día se estudiaba en las Cortes un documento sobre la nueva canción.» (Demetrio González. "Revista de Pastoral Juvenil". Diciembre, 1975.)

"MI VIDA ENTRE CANCIONES". CAPÍTULO 13.

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Siempre lo he dicho, y lo mantengo: A lo largo de los prácticamente cincuenta años en que vengo amando y reivindicando la "canción de autor" en ningún momento he querido ser (nunca me lo he propuesto) un crítico musical especialista en ese género. ¡No me interesa! ¿Quién soy yo para criticar la calidad del trabajo de nadie? ¿Con qué criterios? 

Para mi, cada día más, el criterio esencial de calidad (yo diría el único) que considero imprescindible en relación a la expresión artística, en cualquiera de sus manifestaciones, no es más que uno: LA EMOCIÓN. "Me emociona", o "no me emociona". Quizá pueda parecer un criterio demasiado simplista, subjetivo y personal, pero qué le vamos a hacer, esa es mi posición ya inmodificable a estas alturas de la película

No, yo nunca he sido, ni voy a ser un crítico de la "canción de autor"; soy simplemente uno de sus cronistas, sin duda, de los más apasionados. He contado su historia y su evolución desde diferentes perspectivas; la he reivindicado y defendido siempre y a través de todos los medios posibles como un género con características propias; y me encanta y siento la necesidad de apoyar, recomendar y difundir todas aquellas canciones, y a aquellos cantautores o cantautoras, que consiguen emocionarme cuando crean belleza y conjugan en armonía palabra, música, sensibilidad y bien cantar. No me importa el tema desarrollado en la canción: con el amor y para la pasión, o contra la violencia y la injusticia, me es igual. ¡Pero que consiga emocionarme!


Esta forma de pensar no siempre es bien comprendida y aceptada, sobre todo por algunos cantautores y cantautoras jóvenes. Hay en algunos de ellos tanto ombliguismo y tanta prepotencia que si un día comentas, o les dices, "no me emociona (o sea, no me gusta) lo que compones y lo que cantas", inmediatamente reaccionan afirmando, con altas dosis de "cabreo" (llegando incluso a negarte el saludo), que les estás criticando. Alguno de ellos incluso me ha llegado a decir que le estaba insultando. ¡Es lamentable!

Pues no, yo no soy crítico, ni quiero serlo. Soy un cronista de la "canción de autor" como género musical y poético; lo que, por supuesto, no me impide sentir y decir, en privado y a quien me apetezca, "me emociona" o "no me emociona", "me gusta" o "no me gusta". Eso sí, también tengo muy claro que no voy a dejar de apoyar, recomendar y difundir apasionadamente aquello que me emocione y que me guste (que es mucho). De lo demás, como dice la copla, "prefiero olvidarme".

Hecha la anterior aclaración, creo que necesaria, voy a dedicar este capítulo de "mi vida entre canciones" a evocar el momento y las circunstancias en que empecé a escribir y a publicar mis primeras crónicas periodísticas.

Ya en los años sesenta escribí algunos artículos (simples colaboraciones muy esporádicas) sobre la relación entre la música y la pedagogía en publicaciones como Mundo Obrero, Triunfo, o Cuadernos para el Diálogo, donde tuve la suerte y el inmenso placer de conocer y mantener una entrañable relación con grandes y admirables hombres como Enrique Miret Magdalena o Joaquín Ruiz Jiménez.


Pero, en realidad, mi primera experiencia periodística más sistemática la inicié, en octubre de 1976, en un periódico escolar editado en Sevilla con un nombre que nunca me gustó, pero que sin duda fue una publicación tremendamente innovadora, me refiero al periódico escolar Saeta Azul que fue galardonado con el Premio Nacional de Prensa Infantil y Juvenil en 1975.

Unos meses después de publicar el libro Nueva Canción: Disco-forum y otras técnicas, recibí una carta en el ICCE, procedente de Sevilla, en la que Manuel Suárez Piñero, editor del periódico escolar Saeta Azul, me solicitaba una entrevista. La verdad es que aunque aquello de la "saeta" y del "azul" no me sonaba muy bien, y me producía, inconscientemente, un cierto rechazo (me hacía recordar a la "Falange Española de las Jons" que tanto detestaba), me cité con él en mi casa y mantuvimos una larga entrevista.

Manuel Suárez Piñeiro me mostró el periódico y me informó de que su fundador, en 1973, y su director, desde entonces, era José María Javierre; periodista (en aquel momento también director del El Correo de Andalucía), hacia el que, sin conocerle personalmente, yo sentía una gran admiración. Hombre de tremenda sensibilidad democrática, magnífico escritor, defensor apasionado de los derechos humanos, y sacerdote rebelde y crítico. (Antonio Lorca, también periodista, llegó a calificarle como "la sonrisa seductora de la Iglesia")

He de decir que, con sola esta información que Piñeiro me proporcionó, mi rechazo previo al periódico, por culpa de su nombre, empezó a desaparecer. Con un fundador y director como Javierre era totalmente imposible que aquella publicación tuviera ningún tipo de connotación llamémosle "derechista", y, por supuesto, aún menos, falangista. Es más, ya desde aquel momento, sentí que iba a ser para mi un gran honor poder conocer y trabajar cerca de un gran periodista como José María.

Después el editor me explicó que Saeta Azul era el primer periódico escolar que se había publicado en España; que salía quincenalmente, y que llegaba a cientos de colegios, y de alumnos y alumnas, fundamentalmente de toda Andalucía.

En concreto, y descendiendo ya al motivo central de la entrevista, Suárez Piñeiro me hizo llegar el deseo de José María Javierre de que yo pudiera colaborar quincenalmente en el periódico con una sección monográfica dedicada a la "canción de autor". El proyecto me pareció muy atractivo y necesario (siempre llevar la canción a la escuela ha sido una de mis obsesiones) y acepté su solicitud asegurándome de que sería totalmente libre no solamente en la creación de la nueva sección, sino, y sobre todo, en la selección y en el desarrollo de sus contenidos. Por supuesto (así era Javierre) les pareció lógico y hasta positivo mi planteamiento y acordamos que en pocos días les mandaría una propuesta para iniciar la colaboración en el curso escolar 1976-1977.

Aquella propuesta, que fue aceptada inmediatamente, consistió en la creación de una sección a la que llamamos Nueva Canción que ocuparía completa la última página del periódico, y en la que, cada semana, haríamos una amplia presentación de la obra (un LP) de uno de nuestros cantautores o cantautoras; presentación, planteada como una especie de "guía para la audición", que se complementaría quincenalmente con unas actividades, o sugerencias didácticas, para poder trabajar dicha obra discográfica en el aula.

Os aseguro que aquel fue uno de los trabajos más hermosos y más gratificantes que he hecho en mi vida; creo que llegó a ser una experiencia innovadora y verdaderamente revolucionaria, sobre todo pensando en los años y en el contexto social y político en que pude desarrollarla. (Ya me gustaría a mi que en este momento se estuvieran realizando iniciativas similares.)

Hace unas semanas, cuando decidí escribir Mi vida entre canciones, empecé a buscar en mis archivos algún ejemplar de aquel periódico escolar y lamentablemente no lo encontré. Es probable que se perdiera en algunos de los varios traslados de casa que he vivido a lo largo de los años pasados. (Sé perfectamente que tenía guardados en una carpeta todo los ejemplares en los que colaboré). 

Al no encontrarlos tomé la decisión de ir a la Biblioteca Nacional, donde se conserva una muy completa hemeroteca, para intentar reencontrarme con aquella documentación que personalmente considero de gran valor histórico

En la Biblioteca Nacional, afortunadamente, me encontré con todos los ejemplares de Saeta Azul en los que había colaborado. ¡Qué vértigo! ¡Fue muy emocionante; hasta se me saltaron las lágrimas! Aquellos periódicos sí que eran presencias y realidades tangibles de Mi vida entre canciones

Como no me permitieron ni hacer fotocopias, ni fotografías, me pasé varias horas tomando notas con las que voy a intentar rescatar lo que fue aquella experiencia: 

Escribí quincenalmente en Saeta Azul desde la segunda quincena de octubre de 1976, a la primera quincena de marzo de 1978. Un total de 24 artículos. (Hay que tener en cuenta que durante las vacaciones escolares el periódico no se publicaba.)

El primero de aquello artículos, que fue la presentación y el despegue de la sección "Nueva Canción", lo inicié con la siguiente introducción que, hoy por hoy, pasados tantos años, sigo suscribiendo palabra por palabra. (No olvidemos que iba dirigida a niños y adolescentes en situación de escolarización y que estamos hablando del año 1976):

«Iniciamos hoy esta nueva sección de Saeta Azul dedicada a la música de juventud y la iniciamos pensando mucho en ti porque sabemos que la música te entusiasma. ¿No es cierto?. Queremos ofrecerte y conseguir dos cosas fundamentales: Por una parte presentarte una serie de discos que se van editando y que nos parece son interesantes, y, por otra, darte y daros a todos sugerencias sobre como un disco, una música, una canción puede ser muy importante para vuestra formación porque cuando la canción es buena y posee calidad siempre tiene algo que comunicarnos, un mensaje que transmitirnos, una experiencia que el autor o el intérprete quiere darnos a conocer, y que hemos de saber captar y asimilar.

Piensa que la música y la canción es una forma de lenguaje, una forma extraordinariamente bella de expresión, una forma de recreación de la vida y no solo un producto más de consumo y entretenimiento. Por supuesto hablamos de la "buena canción", no de ese gran conjunto de canciones que no dicen nada y que nada tienen que ver con la vida y con los problemas reales de las personas, de los jóvenes o de ti mismo.» 

Introducción, de aquel primer artículo, que iba seguida de la reseña del disco de Miguel Ríos. La huerta atómica, y de la propuesta de actividad correspondiente.

A continuación voy a realizar una relación de los titulares correspondientes a los 24 artículos que escribí y publiqué en el periódico Saeta Azul. Creo que en su conjunto nos ofrecen una visión bastante completa de nuestra "canción de autor" a mediados de los setenta:

• 1ª quincena de octubre de 1976: Miguel Ríos. La huerta atómica.
• 2ª quincena de octubre de 1976: La canción satírica y las charangas. Forgesound.
• 1ª quincena de noviembre de 1976: León Felipe y sus intérpretes.
• 2ª quincena de noviembre de 1976: Los Juglares y su idilio con la poesía. (LP: Está despuntando el alba de Miguel Hernández.)


• 1ª quincena de diciembre de 1976: Luis Pastor. La voz del pueblo. (LP: Vallecas.)
• 2ª quincena de diciembre de 1976: Un nuevo año de canciones (Resumen anual).
• 2ª quincena de enero de 1977: Canciones para un niño nuevo.
• 1ª quincena de febrero de 1977: En dirección del viento con Mercedes Sosa.
• 2ª quincena de febrero de 1977: Taburiente  o el folclore vivo de un pueblo. (LP: Nuevo cauce.)
• 1ª quincena de marzo de 1977: Los comuneros de Nuevo Mester de Juglaría.
• 2ª quincena de marzo de 1977: Carlos Cano y la nueva canción andaluza. (LP: A duras penas.)
• 1ª quincena de abril de 1977: La Bullonera: Aragón tiene la palabra.
• 1ª quincena de mayo de 1977: Miro Casabella. Ti Galiza.
• 2ª quincena de mayo de 1977: Maria del Mar Bonet y el folklore balear.
• 1ª quincena de junio de 1977: Víctor Jara. Derecho a vivir en paz.
• 1ª quincena de octubre de 1977: Abiertos al futuro con José Antonio Labordeta. (LP: Labordeta en directo.)
• 2ª quincena de octubre de 1977: Manuel Soto Sordera. Cantes de la calle nueva.
• 1ª quincena de noviembre de 1977: El apasionante lenguaje musical de Jordi Sabater.
• 2ª quincena de noviembre de 1977: Fuxan os Ventos. O tequeletequele.
• 1ª quincena de diciembre de 1977: Luis Eduardo Aute. 24 canciones breves.
• 2ª quincena de diciembre de 1977: Buena música y canciones para vacaciones. (Marina Rosell, La Fanega, Lole y Manuel, Joaquín Carbonell, Luis Pastor, Indio Juan, Oskorri, etc.)
• 1ª quincena de febrero de 1978: La Fanega. Voz del pueblo castellano leonés.
• 2ª quincena de febrero de 1978: Misa campesina nicaragüense. Carlos Mejía Godoy.
• 1ª quincena de marzo de 1978: A la luz de los cantares de Carlos Cano.

Concretamente el último artículo, dedicado a Carlos Cano (por cierto, último que escribí en Saeta Azul) lo finalizaba con el siguiente texto dedicado, como diría Blas Infante, a la "patria andaluza":

«Y ahora solo me queda recomendados la audición de las canciones. Seáis de donde seáis, compararlas con eso que se llama "folclorismo andaluz" y juzgar, contrastar y opinar. Y, sobre todo, intentar penetrar, gustar, percibir y sentir esa realidad de país que se llama Andalucía.»

Recuerdo que fue con motivo de la publicación de este artículo cuando conocí personalmente a Carlos Cano, y como a partir de aquel encuentro iniciamos una gran amistad que desembocó en la escritura de su biografía que publiqué en 1983, o sea, cinco años después.

Carlos Cano.

Colaborando en el periódico Saeta Azul, un buen día de febrero de 1977, hablando con Luis Suárez Rufo, que en aquel momento era mánager de Luis Pastor, me propuso que le sustituyera como cronista musical en la revista Noticias Obreras (boletín de la HOAC). (Imposible olvidar a Rufo en Mi vida entre canciones. Se nos fue en el año 2004, pero aquí sigue, en mi universo afectivo y en el de la "canción de autor". Rufo poseía una hermosa y profunda humanidad; compartíamos un gran amor hacia la música; y ha sido, sin duda, un personaje clave –en la sombra– en la historia de nuestra canción popular durante los años setenta y ochenta.)

Rufo en aquel momento estaba saturado de trabajo y le resultaba imposible mandar puntualmente a Noticia Obreras el artículo quincenal que venía escribiendo y publicando desde hace tiempo; fue en esas circunstancias en las que me pidió que le sustituyera; propuesta que me encantó, sobre todo, porque se me abría la posibilidad de escribir y dirigir mis crónicas a un mayor número de personas que nada tenían que ver directamente con el mundo educativo.


El primer artículo quincenal que publiqué en Noticias Obreras estuvo dedicado al grupo canario Taburiente y salió en marzo de 1977 (compaginándolo con mi colaboración en Saeta Azul). 

Curiosamente, el último que escribí, en junio de 1982, lo protagonizó también Carlos Cano. Se tituló Carlos Cano, desde dentro. Recuerdo perfectamente que en aquel momento ya había iniciado mis conversaciones con María de Calonje para escribir su biografía de Carlos y publicarla en la colección Los Juglares, de Editorial Júcar, que ella dirigía. 

"MI VIDA ENTRE CANCIONES". CAPÍTULO 14.

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Antes de proseguir con «mi vida entre canciones» a partir de la década de los ochenta, voy a realizar un paréntesis, creo que necesario, para aclarar desde mi experiencia personal la situación por la que tuvo que atravesar la «canción de autor» y, en particular, sus creadores, a partir de 1975, año en que muere el dictador Francisco Franco y se inicia la transición democrática.

De paso, en este paréntesis también me propongo desenmascarar a todos los «enterradores» (de entonces y de ahora) que, por diferentes motivos, se sacaron y se siguen sacando de la manga una crisis de la «canción de autor» que, personalmente, como vengo diciendo y escribiendo desde hace mucho tiempo, considero inexistente. 

Es curioso, y resulta bastante surrealista, que muchos de esos «enterradores» actuales (que los hay a puñados y muy radicales) ni siquiera habían nacido cuando Aute compuso «Las cuatro y diez», Llach«La gallineta», Cecilia«Dama dama» o Pablo Guerrero«A cántaros». Cuando les escucho o leo sus escritos por las redes sociales y les percibo tan seguros y prepotentes, no puedo dejar de preguntarme: ¿y estos «súperespecialistas» saben realmente de lo que hablan? ¿Cuál es en realidad su memoria y su experiencia histórica? ¿De dónde les viene la información? ¿Se la habrán contado o se la estarán inventando?

Vayamos por partes. Para empezar hay un hecho evidente y difícilmente discutible. Durante los últimos años de la dictadura franquista, sobre todo a partir de 1969, la «canción de autor» y los cantaturores, reafirmando su identidad rebelde, democrática y contestataria, fueron quienes mejor y más clara y directamente supieron expresar, cantando, el hecho cotidiano y real de la represión, el dolor y la barbarie originada por Francisco Franco y sus acólitos, que eran muchos, cerriles y muy peligrosos.

Por otra parte, también fueron ellos, los cantautores, quienes manifestaron y nos contagiaron la esperanza en que, con y desde la unidad y la solidaridad, era posible que «terminara la larga noche y clareara la mañana», como cantaba José Menese con versos de Francisco Moreno Galván. Posicionamiento y actitud valiente, arriesgada y necesaria que, en realidad, no contó con más apoyo que el del sector de la ciudadanía que, identificándose con ellos y con sus canciones, reafirmaba y coreaba, también valientemente, sus denuncias, sus sueños de libertad y su clara voluntad democrática.

Hay que decir y recordar que en aquellos años, bien por la imposibilidad establecida por la censura o por el miedo y el riesgo ante cualquier tipo de represalia arbitraria e impune que pudiera producirse, la «canción de autor» no pudo contar con un apoyo real de los medios de comunicación, ni con la apuesta, por supuesto arriesgada, de la gran industria discográfica. No obstante, es justo reconocer  que en los últimos años de la dictadura surgieron algunas iniciativas de claro carácter local y alternativo que llegaron a ser realmente esenciales para el nacimiento y la difusión de la «canción de autor». Es el caso, por ejemplo, de los sellos discográficos Edigsa, en Cataluña; Xistral, en Galicia; Edumsa, en Madrid; Artezi, Elkar o Herri Gogoa, en el País Vasco; Sonoplay, Nóvola o Acción

Aquella falta de apoyo o de respaldo a la «canción de autor» fue cambiando conforme la dictadura empezó a dar sus últimos coletazos y la ciudadanía, en particular el sector juvenil, empezó a tomar conciencia de que, por fin, «estaba despuntando el alba». 

Fue en esas circunstancias cuando, a finales de 1974 y en 1975, apareció, por ejemplo, la revista Ozono,«Revista de música y otras muchas cosas», dirigida inicialmente por Álvaro Feito; o los sellos discográficos Gong (Movieplay) y Pauta (Ariola), que acogieron y promocionaron gran parte de la obra de nuestros cantautores. Iniciativas posibles gracias a que empezó a suavizarse el efecto de la censura y, sobre todo, porque la «canción de autor» pasó a convertirse en un producto cultural socialmente demandado y, en consecuencia, comercialmente interesante y sostenible.


A partir de ahí, entre 1976 y junio de 1977, fecha en que se celebraron las primeras elecciones democráticas, la «canción de autor» se convirtió en una expresión cultural esencial para la gran mayoría de la ciudadanía que reclamaba, cada vez más esperanzada, la democracia y la libertad. 

Es importante recordar en este contexto el Recital de los Pueblos Ibéricos, celebrado el 9 de mayo de 1976 en el campus de la Universidad Autónoma de Madrid. Recital histórico que duró más de ocho horas y al que asistimos más de cincuenta mil personas de todas las edades. Actuaron más de veinte cantautores procedentes de todo el país: Quico Pi de la Serra, Raimon, José Antonio Labordeta, La Bullonera, Bibiano, Benedicto, Miro Casabella, Luis Pastor, Daniel Vega, Julia León, Elisa Serna, Adolfo Celdrán, Pablo Guerrero, La Fanega, Fernando Unsain, Carmen Jesús e Iñaki, Gerena, Mikel Laboa, Víctor Manuel, Gabriel González, los portugueses Fausto y Vitorino, e Isabel y Ángel Parra, de Chile.


De la misma forma, en aquel momento la «canción de autor» se convirtió en un centro de especial interés para la clase política y, en particular, para los partidos políticos de izquierdas que decidieron apoyar a los cantautores solicitando que participasen en sus campañas y sus mítines con el fin de movilizar los sentimientos y los latidos democráticos del electorado.

Recuerdo, en ese sentido, canciones como «Por un poder andaluz», compuesta en 1977 por Carlos Cano para la campaña electoral del Partido Socialista Andaluz; o la canción «Vota bien y mira a quién» creada por Adolfo Celdrán ese mismo año. Canciones evidentemente circunstanciales que se alejan mucho de la calidad real, poética y musical, de la obra global tanto de Carlos como de Adolfo.

«Aquí están los socialistas, / los de la manita abierta, / los que defienden su tierra / del paro y la emigración, / los del olivito verde / y el corazón por bandera, / verde y blanca de la tela / del pueblo trabajador. / [...] ¡Viva Andalucía libre / que es hora de despertar! / ¡Y que vivan los que luchan / por darle la libertad! / Andaluz, que tu voto no migre / pa que así no migres tú. / ¡Por un poder andaluz!». (Carlos Cano)

«Habla pueblo habla / vota pueblo vota / pero no votes / a quien te explota./ [...] Ellos son los supermanes / y nosotros los idiotas. / Los cuentos para los tontos, / esquiroles y pelotas. / Nos piden que les votemos / que callemos y a otra cosa. / Mi voto es para los míos, / los que cambiarán la historia». (Adolfo Celdrán)

Aquella situación, felizmente, varió a partir de 1978, año en que se aprobó la Constitución y en que la reivindicación de los valores y los derechos humanos, así como la denuncia de las situaciones injustas, pasaron a convertirse en dos de las responsabilidades centrales y específicas, tanto en el Congreso como en el Senado, de los parlamentarios y los grupos políticos elegidos democráticamente. La «canción de autor» necesitaba desligarse de las posibles utilizaciones políticas y tenía que recuperar su libertad y su independencia crítica e ideológica.

A partir de aquel momento, los cantautores tuvieron que replantearse su identidad como colectivo y, a la vez, como individualidad, tanto en lo referente al contenido poético de sus canciones como a la calidad de sus composiciones y de su interpretación oral e instrumental. Replanteamiento que, desde mi punto de vista, no supuso ni originó en ningún momento una crisis global del género reconocido como «canción de autor». Fue en esencia un necesario y obligado momento de paréntesis y búsqueda personal del que muchos (una gran mayoría) salieron fortalecidos poética y musicalmente. Bien es verdad que hubo también quienes dejaron de cantar. Y no menos cierto que, de forma imparable, con el paso de los años, no han dejado de surgir nuevas generaciones de cantautores de calidad que, con gran esfuerzo y mucha ilusión, siguen cantando «como quien respira», que diría Celaya.

No sé a qué crisis de la «canción de autor» se refieren los «enterradores» cuando, por ejemplo, en 1979, se publicaron y pudimos disfrutar de grandes obras de la música popular como Canciones de amor y celda, de Amancio Prada; De par en par, de Aute; Los versos del capitán, de Manuel Picón y Olga Manzano; Somniem, de Lluís Llach; Un largo abrazo de agua, de Quintín Cabrera; Romesco, de Gato Pérez; Saba de terrer, de Maria del Mar Bonet; Quan l'aigua es queixa, de Raimon; La leyenda del tiempo, de Camarón, o Fins que el silenci ve, de Joan Baptista Humet, quizá uno de los mejores discos de Humet, que, además, tuve la suerte y el placer de poder disfrutar el día de su estreno en el Palau de la Música de Barcelona, momento que marcó el comienzo de una inolvidable amistad. 


Como no encuentro el menor rastro de la mencionada crisis cuando al año siguiente, ya en la década de los ochenta, se publicaron discos como Valle de lágrimas, de Javier Krahe; Malas compañías, de Joaquín Sabina; De la luna y el sol, de Carlos Cano; El eslabón perdido, de Vainica Doble; Barcelona. Ciutat gris, de Joan Isaac; Bruixes i manduixes, de Marina Rosell; Luna, de Víctor Manuel; Lau-Bost, de Mikel Laboa, o Marismas, del grupo Suburbano.

Tampoco se produjo una crisis de la «canción de autor» años después, en 1986, cuando, ante la incoherencia y la degradación democrática que ya empezaba a mostrarse en nuestro país, cantautores como Javier Krahe con su «Cuervo ingenuo» o Labordeta manifestando su «Desobediencia civil», se opusieron a Felipe González y al gobierno socialista ante su postura de integración en la OTAN.


Crisis ¡no! Hoy por hoy, yo mismo me sorprendo cada día de la enorme cantidad de amantes de la «canción de autor» que visitan mi blog Cantemos como quien respira, la web Canción con todos o el Buen día que, desde hace más de tres años, vengo compartiendo, cada mañana con una canción, en mi muro de Facebook. Sorprendente también la respuesta, tremendamente numerosa y positiva, de la audiencia del programa de Radio Nacional Esto me suena. Las tardes del ciudadano García en el que colaboro los viernes por la tarde con un espacio dedicado a los cantautores.

Con todo lo escrito anteriormente, siento contradecir y decepcionar a quienes afirman (no sé muy bien por qué) que el género musical y poético identificado como «canción de autor» está en crisis. No lo está, ni mucho menos. Lo que sí es cierto es que estamos hablando de una manifestación cultural que, en general, no recibe los reconocimientos que merece, quizá por su capacidad crítica. Manifestación cultural y artística que, por aquello de tomarse en serio el amor y la vida, hay quienes no la pueden soportar.

Cierro este paréntesis evocando dos manifestaciones más que respaldan, subrayan y amplían mis razonamientos. 

La primera, el programa de televisión que realizó Jose Luis Balbín en La clave, el 7 de mayo de 1993, al que tituló ¿Qué fue de los cantautores contestatarios? Un programa en el que participamos Chicho Sánchez Ferlosio, Marina Rossell, Labordeta, Carlos Cano, Gerónimo Grada, Javier Krahe y yo, donde quedó demostrado, una vez más, que de crisis nada. El programa está colgado en mi blog Cantemos como quien respira y recomiendo verlo.


La segunda manifestación es más reciente. Me refiero al poema que ha escrito Luis Pastor y que da título a uno de sus últimos discos: ¿Qué fue de los cantautores? (2012). Me encanta concluir este capítulo con algunos magníficos fragmentos de ese poema:

«[…] ¿Qué fue de los cantautores? / preguntan con aire extraño / cada cuatro o cinco años / despistados periodistas / que nos perdieron la pista / y enterraron nuestra voz. / [...] ¿Qué fue de los cantautores? / Aquí me tienen, señores / como en mis tiempos mejores / dando al cante que es lo mío. / Y aunque en invierno haga frío / me queda la primavera, / un abril para la espera / y un Grândola en el corazón. / ¿Qué fue de los cantautores? / Aquí me tienen señores / aún vivito y coleando / y en estos versos cantando / nuestras verdades de ayer / que salpican el presente / y la mierda pestilente / que trepa por nuestros pies. / [...] Siete vidas tiene el gato / aunque no cace ratones. / Hay cantautor para rato. / Cantautor a tus canciones. / Zapatero a tus zapatos».
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